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Se intuye que la pandemia cada vez interesa menos porque este mes de agosto vuelven los titulares de manchas verdosas en el agua recalentada de las playas, la masificación de carreteras por coches y autocaravanas, los madrugones increíbles para coger sitio en Cala Mitjana o Macarella, y  el recurrente debate sobre el turismo de calidad -léase dinero-, o el de masas, aderezado ahora con el factor cultural y artístico, por la apertura de galerías de renombre en Menorca.

Sería un verano más o menos como siempre, rutinariamente bipolar, sin saber bien lo que se quiere o se ha ido a buscar –pues no nos habremos hartado de escuchar disertaciones sobre lo importante que era la cultura para atraer al turista de alto nivel adquisitivo–, si no fuera porque, aunque estemos cansados, la covid-19 sigue aquí.

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En esta primera quincena de agosto han funcionado solo dos quirófanos en el Hospital Mateu Orfila mientras que esta semana subirán a tres más uno de urgencias, todavía un número por debajo de los cinco que funcionarían en un verano normal. La reorganización es constante debido a la pandemia, aunque esta, según la última encuesta encargada por el Instituto de Salud Carlos III, preocupa menos, en concreto a un 48 % de la población española frente al 52 % de la anterior entrega. Las medidas siguen, pero la relajación total es un hecho.

Mientras tanto el pasado fin de semana Balears soportaba una presión asistencial elevadísima en las UCI, saturadas no solo por críticos de covid sino también por todo el resto de patologías graves más los accidentes de tráfico. La vacuna cobra la máxima importancia para evitar esa tensión en los hospitales y por ello no deja de sorprender que personas en edades de mayor riesgo si se contagian, como sexagenarios, digan no a inmunizarse. Han sido necesarias 30.000 llamadas para convencer a 688, pero quedan más de tres mil en Balears de 60 a 69 años que no quieren inocularse. No toda la irresponsabilidad recae en los más jóvenes.