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Mira que los grandes restauradores de Maó, Fornells y Ciutadella han despachado suculentas langostas a lo largo del verano en todas las versiones del emblemático plato menorquín, sin que el que suscribe haya tenido oportunidad de ser uno de los comensales por aquello de priorizar gastos entre tantas necesidades. Unos tanto y otros tan poco, diría yo, para dejarse entre 65 y 80 euros en una caldereta.

El crustáceo que se servía al rey emérito y a su familia a bordo del Fortuna en la bahía de Fornells en los ya lejanos 80 nunca ha perdido su protagonismo como manjar exquisito para bolsillos acaudalados o para aquellos que se privaban de otras diversiones con tal de saborearlo antes de abandonar la Isla. «He estado en Menorca y he comido langosta», pueden decir.

Este desbordante verano que ha iniciado su cuenta atrás ha disparado la demanda de la reina de la gastronomía menorquina hasta el punto que la pesca del crustáceo no ha sido suficiente para atender la demanda de miles de calderetas en los locales más especializados de la Isla.

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Finalizada esta semana la temporada de capturas, difícilmente los viveros existentes darán abasto para atender a los clientes en lo que queda de septiembre si las cifras de demanda se mantienen en niveles parecidos.

Es una consecuencia positiva más derivada del cambio de turista que ha llegado este año a la Isla. El de hotel, piscina, playa y todo incluido, personificado en el británico, principalmente, ha dado paso al nacional con posibles.

Y este, ya se sabe, no está para privarse del preciado manjar por más que haya tenido que reservar con semanas de antelación o hacer largas colas frente al establecimiento elegido. En suma, un soplo de aire para algunos de los restauradores que han sufrido las restricciones de la pandemia, aunque la langosta no la hayamos comido todos.. todavía.