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Pasadas las 21.30 h del lunes, cuando alcancé mi rato vespertino de televisión, había acabado el informativo de Vicente Vallés y zapeé a la 1 pensando que eran minutos de deportes y la información del tiempo. Pero qué va, allí estaba él, el presidente guapo que llena la pantalla y atrae las miradas.                                 

Y le escuché con atención, a pesar de que ha hecho del embuste seña de identidad. También le había oído unos días antes en la radio hablando de cómo iba a poner remedio a la escalada del precio de la luz y me sorprendió cuando dijo aquello de que a final de año habremos pagado «una factura similar y semejante» a la de 2018.

En su alocución del lunes también le dio por la iteración de sinónimos, «a los ojos y a la vista de todos está», dijo el presidente, jefe y líder en un tono de perdonavidas que no disimula porque no puede. Y se superó presumiendo de vacunas.           

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«Hemos vacunado a todo el mundo sin preguntar el origen», sin pedir el carné de afiliado, le faltó por espetar. En suma, que haber vacunado a la ciudadanía, incluso a la que no le ha votado, como han hecho todos los países avanzados, ha sido aquí un gesto de generosidad del Gobierno.

Lo único decente del nuevo formato del «Aló presidente» fue el papel digno y profesional de Carlos Franganillo, quien se atrevió a interrumpir respuestas del presidente cuando entraban en dimensión de perorata y le recordó la demagogia y el ridículo -con otras palabras, claro- de Sánchez, Marlaska y compañía a costa de la falsa denuncia por homofobia. Lo habría hecho humano reconocer que se columpió, pero no, siguió en sus trece alimentando el mensaje de odio impostado que le conviene.

Me obligó a pensar en Angela Merkel, que se retira ahora y que ha preferido ser una ejemplar «empleada y sirvienta» del Gobierno sin necesidad de palacetes para vacaciones ni ‘falcon’ para acudir a conciertos de moda.