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Me encantan las películas de superhéroes y las de superheroínas. Invertir dos horitas en desconectar de la realidad y zambullirme en una historia fantasiosa y fantástica en la que un tío o tía se enfunda un traje estrambótico y se dedica a repartir estopa a diestro y siniestro, me relaja hasta el punto de caer embobado en la historia o en una siesta de las que sientan cátedra. El mundo está mal y poder evadirte durante un rato de todo lo que pasa cambiándolo por una historia que decore o tiña la realidad con una buena dosis de efectos especiales me divierte y me engancha.

Hace ya mucho tiempo que he dejado la televisión habitual cambiándola por algo más a la carta. Las noticias son malas, tanto como por lo que cuentan como por los que las cuentan, que dependiendo del canal son sesgadas, interesadas y manipuladas. Las series están muy lejos de la realidad consumista que impera en la que todo tiene que ser espectacular e inmediato. Y la mayoría de realities -o como se escriba- me parecen una de las drogas más extendidas y con más éxito de los últimos tiempos porque logra sacar lo peor de cada uno llegándonos a alegrar por tristezas ajenas. Por eso, me viene de lujo cruzarme algunos ratos a la semana con algún malo malísimo intentando conquistar el mundo, o destruyéndolo, o robando la joya más cara del planeta, o secuestrando a la chica mona de turno, para acabar recibiendo una somanta de palos que los deja destrozados, en el mejor de los casos.

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Esas mismas películas son las que acostumbran a recordarte que el bien siempre triunfa, que el mal está mal, y que, puestos a elegir, mejor llevar un comportamiento ejemplar antes de dejarse llevar por «el lado oscuro». Es en esas películas cuando logro recordar que la justicia es justa, que el malo la paga y que el bueno es bueno y que gracias a su comportamiento le pasan cosas buenas. La realidad está cada vez más lejos de premiar al que hace bien las cosas para centrarse en elevar a ídolo al que es capaz de hacer más tropelías. Preferimos aplaudir más y más fuerte al pícaro por delante del honrado, mientras obviamos la obligación que tendría que haber de pagar por ello sobre el que lo hace mal. Porque al malo de turno, Ironman lo achicharra, la Capitana Marvel lo detiene, Spider-Man lo atrapa en su red y Hulk le da su merecida ración de jarabe de hostias. Y aquí, a los asesinos les damos tanta impunidad que al final la sensación que te queda es que es peor el que roba que el que mata. O que es incluso peor el que lucha contra el ladrón y contra el asesino, que el que primero les quiere robar y luego los quiere matar. Al menos con las películas nos toman por tontos, pero no por gilipollas.

dgelabertpetrus@gmail.com