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No hace mucho, durante el rodaje del western «Rust» en Santa Fe, murió Halyna Hutchins, la directora de fotografía. Alec Baldwin ha declarado recientemente que no apretó el gatillo del Colt que produjo la tragedia. El arma estaba cargada y propició el accidente que convirtió, durante un ensayo y de un modo funesto, la ficción en realidad. Porque ya se sabe que en los westerns suele haber muchos disparos y muchos muertos. Es curioso que nuestra noción de la moral nos deje fríos ante la cantidad de muertos que hay en ese tipo de películas y en cambio nos excite con una sola secuencia de sexo. Es tan curioso que en mis recuerdos infantiles ni siquiera existen besos en las películas del Oeste, películas que eran debidamente censuradas, y en cambio los ‘malos’ morían a mansalva. Aun hoy nos ponemos en guardia ante una escena de desnudos y nos relajamos ante la serie cadáveres que suelen mostrarnos algunas películas. Cierto que en los westerns y sobre todo en los telefilmes actuales ya aparecen besos. Por aparecer, incluso aparecen tetas y algún que otro culo masculino. Esto debe de ser el progreso. No suele haber muchos telefilmes sin asesinatos, y en toda película que se precie, western o telefilme tiene que haber un poco de sexo y violencia. Las consecuencias a veces son desastrosas, sobre todo en los Estados Unidos, donde la población tiene acceso a las armas con cierta facilidad y surgen de vez en cuando noticias de tiroteos y masacres.

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«¡A mí películas!» decía un viejo profesor que se parecía a Enrique Tierno Galván. Porque partimos del supuesto que las películas no son verdad, y cuando se produce un suceso como el de Rust nos llevamos las manos a la cabeza. Los seres humanos tenemos adicción a las malas noticias, tanto es así que el intento de hacer un periódico solo con buenas noticias fue un fracaso en los Estados Unidos. La sección de sucesos es lo que más vende, incluso en la tele. Y sin embargo es necesario que toda obra de arte tenga un trasfondo de autenticidad, de otro modo es sólo puro entretenimiento. ¿Y qué hay de verdad en lo del Lejano Oeste? Poca cosa. Estaba lleno de emigrantes muertos de hambre y de indios que no querían perder sus tierras. Los peligros eran reales. Pero no había tantos bancos que asaltar, ni tantos pistoleros sanguinarios, ni tantas prostitutas de buen ver. Había, eso sí, miseria y enfermedades venéreas. Pero los westerns no están hechos para describir la realidad, los westerns están hechos para soñar.