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La política no pasa por uno de sus mejores momentos. Existe la sensación general de que los políticos no buscan el acuerdo sino la bronca. Las sesiones de control parlamentarias se han convertido en un espectáculo no apto para menores, además de inútil.

En «El arte de la fuga. La vida pequeña», el escritor J. Á. González Sanz afirma que decidió dejar de tener televisión en su casa un día, hace ya unos cuantos años, en el que sintió que un político le escupía una babilla acre y pegajosa mientras hablaba por televisión. «¿Qué hace este tipo en mi casa?», se preguntó González y fue así como decidió apagar para siempre su televisor.

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Otro caso es el de Rolf  Dobelli, quien  aconseja en «Dieta de noticias» prescindir por completo de los medios de comunicación. En otra ocasión comenté este libro en el que el escritor y empresario suizo argumenta, en la línea de Steven Pinker y Hans Rosling, que, aun sin mentir, los medios transmiten una imagen distorsionada y negativa del mundo que no se corresponde con la situación real.

Sin llegar al extremo de cerrarse a estar informado de lo que pasa -y para ello los medios de comunicación son vitales-    propongo bajar por completo el volumen en los informativos cuando abordan el bloque de política. Se puede aprovechar entonces para hojear los diarios o leer libros. Luego al llegar las secciones de cultura y deportes ya se puede subir la voz.

No soy el único que cree que la información política se digiere mucho mejor por la prensa escrita que por la televisión. Aunque en ambos medios nos encontraremos con los exabruptos de sus señorías, el ruido y la furia se atenúan en la lectura y sobre todo no nos alcanzan las babillas acres y pegajosas.