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Hace un par de semanas la señora Isabel M. Segura, con quien cenamos hace unos meses en casa de un amigo común, publicó en este Diario un interesante escrito en el que trataba sobre el concreto sentimiento de pertenencia de cada uno. Después de referirse a varios autores y a diversos estudios sobre el tema, resumía el suyo propio basándolo en el detalle de su movilidad vital. Es decir, entendí que se consideraba una persona en permanente tránsito lo cual me gusta porque es exactamente lo que creo que somos todos: seres en tránsito. Todos somos «People in motion» como cantaba Scott McKenzie cuando reinaba en aquel San Francisco de los años sesenta. Todos menos los localistas irreductibles, claro, esos seres siempre estáticos en sus obsesiones.

Personalmente creo que hay dos sentidos concretos de pertenencia, el físico y el espiritual. El primero, localista y geográfico, define una procedencia, a veces difuminada, pero el otro, el espiritual y humanista, es, quizás, el que mejor marca la identidad final de cada uno de los individuos.

El primero puede llevarse muy dentro del «cuore» pero es un sentimiento variable, más flexible o laxo según el carácter, porque no todos los que han nacido en un mismo lugar tienen un mismo sentido de pertenencia.

Ese sentimiento de procedencia, anclado o no en los recuerdos de infancia, también puede responder a una sensación creada a conveniencia más que a un sentir real. Por ejemplo, los descendientes de emigrantes extremeños, murcianos o andaluces que llegaron de niños a Cataluña en los años sesenta ¿qué sentido de pertenencia deberían tener? ¿El de la tierra donde nacieron o el del lugar que explotó a sus padres? ¿O el que les injertaron en aquella enseñanza regional?   

Un determinado sentido de pertenencia puede imponerse perfectamente o incluso comprarse mediante la subvención perpetua. Una de las mayores burradas del pasado siglo la pronunció el siciliano Pujol cuando afirmaba que «uno es catalán si trabaja y vive en Catalunya». Se le olvidó añadir «y si cobra el 3%».

En Mahón mismo también hay distintos sentidos de pertenencia como el expresado hace unos días en estas mismas páginas por el articulista amigo en la discrepancia perenne, cuando justificaba su entusiasmo por pertenecer a una ciudad que denominaba Maó-Mahón. Las causas por las que decía pertenecer a ese bi-lugar son confusas porque la mitad de esa localidad no existía ni cuando vivimos nuestra infancia común ni cuando atravesamos nuestra juventud dispersa, ni tan solo cuando cumplimos las cinco décadas de edad. Además, muchos consideramos que ese cambalache es un vano intento de agradar a quienes, insaciables, nunca tendrán suficiente además de ser un atrevimiento irrespetuoso con las evidencias históricas irrebatibles. Esas que desdicen a la mitad sumisa a la idolatría identitaria subvencionada, esa que hace decaer irrebatible e históricamente la verdad para complacer a imposiciones políticas recientes. Pretender atar una irracionalidad de nuevo cuño al sentido común histórico es una extraña fórmula. Una falsedad y un error.   

Pero regresemos al redil inicial. En el fondo todos pertenecemos a una época concreta de nuestra vida con la cual nos identificamos, la que más nos ha marcado, la que nos ha hecho como somos. Y también a los lugares que más nos han influenciado. Es la pertenencia espiritual. Muchos pueden haber nacido en un mismo lugar geográfico pero no tienen nada que ver entre ellos porque una influencia espiritual determinada puede oscurecer a cualquiera otra.   

Por eso uno se encuentra tan bien sentado en el Café de la Mairie al lado de la Iglesia de Saint Sulpice en París con un Pernod en la mano, o en las orillas del Alster en Hamburgo comiendo una salchicha, o en un antro de los canales del Naviglio ingiriendo pasta en Milán, o en el South Beach sorbiendo un combinado de coco y soñando con la ‘bella Lola’ allá en La Habana… tan bien como tomando un crespell d’oli en Sant Climent. O tomando garbanzos sentado en el Pinotxo en el Mercat de La Boqueria en la Barcelona de mis amores y dolores.

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Creo que sentirse bien en todas partes es un aprendizaje que desemboca en el mérito que alumbra la pertenencia al mundo independientemente de que uno se sienta muy menorquín. Por eso creo saludable rechazar el sentido de pertenencia unidireccional que quieren imponernos los políticos totalitarios. Uno puede ser muy menorquín pero elegir leer el «New Yorker» o escuchar a Muddy Waters, a    Dr.John, a Van o a Keith Richards. Así que dejemos las cosas ben aclarides: mi sentido de pertenencia espiritual está muy claro: yo pertenezco a mi generación ‘pop-rock’ de los sesenta y mi referencia    de pertenencia física es mi    Mahó – Mahón de toda la vida. Y al mundo que me cobija, claro. Lo siento pero mi construcción mental no está subvencionada.

Notas

1- Guasa: ¡Qué curioso que se anunciara el cambio oficial del nombre de Mahón el día de los Santos Inocentes!

2- Alegría: Ya solo faltan 17 meses para que Mahón vuelva a ser Mahón. Y para que siga la rueda del ridículo.

3- Canet en Balears: El TSJIB ya tramita la demanda al Govern Balear a favor del    25% de enseñanza en castellano. ¿Por qué solo del 25%?

4- Records al Guiem de Prada de Conflent: A vam si se us espassa prest. Uff !!     

5- La prestigiosa tienda de decoración Platero de Mahón cierra sus puertas a principios de verano. Por jubilación.

6-«Es Forn Nou» de Sant Climent ha dejado de cocer perols d’ animals en su horno de leña. Gran pérdida.

7- Deseos 2022: Nuevo gobierno sin comunistas sin comuna aunque con chalet, chacha y piscina de riñón. ¡Ah, y que regrese a casa nuestro benefactor democrático el Rey Juan Carlos I.

Bon Any Nou.