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Si realmente es cierta alguna teoría de la conspiración sobre el coronavirus, la única que me creería es que fue fruto de una entente entre los fabricantes de mascarillas y los de hidrogeles. Las máscaras ahí siguen tapándonos nariz y boca, pero ¿qué ha sido de su pareja de baile contra la covid?

Muchos desconocíamos ese desinfectante hasta que explotó la pandemia y empezamos el lavado compulsivo de manos. Nos esperaban en la entrada de todos los locales públicos y nos convertimos en expertos a la fuerza en detectar la extrema variedad de geles existentes y de sus diferentes calidades. Algunos olían de maravilla, y te dejaban las manos con aroma de cóctel exótico y embriagante. Otros parecían productos caseros y producían una sensación más de pringue que de limpieza. Los peores, sin embargo, eran los que apestaban y de estos había muchos.

Pasó el pánico al coronavirus y los dispensadores siguen ahí en la mayoría de supermercados y comercios, pero ahora ya muchos pasamos de largo sin hacerles ni el más mínimo caso. Tristes y silenciosos ellos deben de cantar para sus adentros «Dónde está el amor» de Pablo Alborán cambiando ligeramente uno de sus cuartetos: «Déjame tan solo que hoy roce tus manos/ Déjame que voy a detener las horas/Volveré a pintar de azul el universo/ Haré que todo esto solo sea un sueño».