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Es imprescindible hacer una política para adultos. Cuando todo se infantiliza, se torna populista y demagógico, renunciamos a la política para adultos y la cambiamos por un sucedáneo de política, a base de insultos y de indultos. Aferrarse al poder es humano, pero sufrir las consecuencias de nuestros actos también lo es. Es la rebelión de las masas, en expresión orteguiana, la que resulta peligrosa y explosiva en grado sumo. Si se fijan, todos los dictadores se dan baños de masas para intentar limpiar su imagen. Y votar no lo es todo si no se cumplen otras condiciones democráticas ineludibles. El atolondramiento y la ingenuidad pueden curarse de golpe con algún nuevo trauma imprevisto. Es una lástima tener que aprender a base de tortas. Pero sabemos las consecuencias que tiene para los niños la sobreprotección y la falta de educación para vivir en sociedad como adultos responsables. La falta de límites, de normas y de valores, suele ser la antesala del infierno. Europa ha despertado de la modorra cuando le ha visto las orejas al lobo. Nos unimos más en la desgracia que en la bonanza. Se verán grandes cambios.

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No habrá milagros, por supuesto. Tendremos que luchar para defender lo que hemos conseguido. Y para conseguir lo que queremos, para un mundo complejo que ya ha cambiado las coordenadas y que no admite más ignorancia ni ideologías sectarias, alimentadas desde unos medios de manipulación que producen sonrojo.