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Me gustaría saber lo que hago cuando tú no me ves. Me gustaría saber a qué sabe tu olvido.

Me gustaría que mi mar fuera de agua de mar, pero mi mar es de dudas.

Ahora que el señor presidente de la autonomía gallega preside el PP, tengo prisa en pedirle que haga un referéndum a nivel nacional para decidir de una vez si la tortilla de patata tiene o no tiene que llevar cebolla.

Quiero pedirle al gobierno que esté con ojo avizor, no vaya a ser que los «chorizos» roben en Abu Dabi en el palacete del emérito, porque ya sería lo que nos faltaría, que los papeles del emérito se liasen más de lo que ya están. La Larsen se iba a pillar un ataque de risa.

Un día me dijiste que tengo la suerte que tienen los gatos, que si me caigo, caigo de pie, como caen los gatos.

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Sé que detrás de tu mascarilla hay un volcán que quema como una brasa encendida, que arde y que cuando no llevabas mascarilla avivaba la pasión, esos ojos negros que pediste prestados a un rincón de la noche. Tengo una moneda en la fuente y otra tengo en almoneda y una huella de ansiedad para pedirle tiempo al tiempo cuando tú no me ves.

Me han traído un vecino de habitación que está más muerto que vivo. Yo creo que lleva tres días muerto pero él aún no lo sabe.

Ayer llegaron las golondrinas. Me traen colores y calores de Massai Mara. Qué suerte dominar la cartografía, arrancar a volar en el Kilimanjaro y volar y volar y volar y volar hasta llegar a posarse para que las viera en el alfeizar de mi ventana de hospital. Ellas saben que soy un superviviente.

Suena, retumba el drama de la guerra dejando mis noches de abril en vela y los días al pie de una maleta de la que asoma por debajo una mano ensangrentada que huía con ella. Quizá con una muda limpia, que así, tan solo así, emigran las maletas, donde viaja la vida y la muerte vergonzada esconde debajo de lo último que le quedaba, un trolley de plástico duro que se ha quedado sin que nadie lo lleve.

Cuando no estoy en casa, para mi perra Lluna es como si se hubieran caído las corcheas de mi pentagrama en un rincón. Ella se sube de un brinco a mi cama, me mira y suspira. Tras la dulzura de sus ojos va la pregunta: dieciséis días y dieciséis noches llevo sin que mi olfato te localizara en casa. ¿Vienes de África? Mi amada perra Lluna. No puedo decírtelo porque de hacerlo tendría que confesar que vengo del infierno.