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«Idiota a bordo», titulaba el miércoles la edición digital de «The Sun», el periódico de formato tabloide más leído en el Reino Unido e Irlanda. Se refería al adolescente británico que el domingo tuvo la ocurrencia de anunciar en la red social Snapchat que era un talibán e iba a hacer explotar el avión en el que volaba con sus amigos de Londres a Menorca para pasar unas vacaciones en Cala en Blanes. La aeronave acabó llegando escoltada a la Isla por dos cazas F18 de las fuerzas aéreas españolas, que tenían la orden de derribarla si hubieran advertido que su propósito era causar una masacre mayor a su propia destrucción.

Ese uso pernicioso del móvil e internet no solo arruinó un viaje con sus colegas dieciochoañeros de los que nunca se olvidan, probablemente asestará un golpe descomunal a la economía de su familia, por muy acomodada que sea, y puede marcar su propio futuro profesional. La Universidad de Cambridge, en la que ha obtenido plaza para estudiar Economía en función de su brillante trayectoria académica, no admite convictos y es especialmente estricta en cuestiones que tengan vinculación, aunque sea muy tangencial, con causas terroristas.

Lo sucedido es un ejemplo palmario de la peligrosidad de las redes sociales en los adolescentes que crecen en un mundo virtual. Están habituados a escribir y opinar sin pensar en las consecuencias porque tienen un concepto distorsionado de la privacidad, no valoran el espacio interior y comparten mensajes y fotos sin advertir que pueden incurrir en delitos que no son impunes.

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Las redes sociales, como epicentro de la información inmediata, se nutren de la ocurrencia y no de la sensatez. Son fruto del arrebato y no del razonamiento.

Si el prometedor británico, campeón de ajedrez de su país en etapas escolares, hubiera sido mínimamente sensato, antes de clicar sobre el lamentable texto en el que anunciaba el ataque terrorista, que era una simple broma, habría evitado semejante trance para él y los suyos.   

Padres y educadores tienen una tarea añadida fundamental para sacar a los adolescentes del plano virtual y trasladarlos al real.