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Es muy probable que el primer vino que el ser humano intentó conservar para bebérselo otro día, lo depositara en una vasija de barro. Con el tiempo se llegó a comercializar el peculiar trabajo de la alfarería, que los árabes decían alfaharería, creando unos recipientes específicos para transportar agua, aceite, grano y vino. De las utilísimas ánforas donde griegos y romanos nos dejaron miles de testimonios, algunas de aquellas ánforas siguen hoy en día en perfecto estado, eso demuestra el grado de cocción de aquellos artesanos de la que solo se encuentran trozos mutilados por el exigente iva del tiempo, los naufragios y los almacenamientos mal estibados.

No tengo pereza en decir que el vino se hizo primero, la vasija después para almacenarlo, pues aunque en toda película de griegos o romanos sale siempre alguna escena escanciando vino y el omnipresente frutero sobre la mesa con manzanas y uvas, ni los griegos ni los romanos alcanzaron nunca los conocimientos de la enología. Por eso ellos bebían el vino a lo sumo de un año, y, aun así, tenían que ‘bautizarlo’ con agua, añadiendo además trozos de resina.

El obispo de Cremona viajó a Constantinopla en el año 968, dejó escrito que aquel viaje fue un fracaso total, así como el horror que le causó el vino con resina que le ofrecieron. Decía verdad, porque el vino con resina es imbebible. Aquellas gentes usaban la resina para paliar en lo posible un caldo avinagrado, de un aroma y sabor que hoy no bebería ningún cristiano. Tuvo que llegar la edad media, con sus conventos, sus  abadías, sus monasterios, donde los religiosos necesitaban el vino para la consagración. De esa suerte fueron llevados por los primeros mareantes de la mar oceánica, los plantones de vid para tener uvas con qué hacer el vino que necesitaban en la América de Colón.  Frailes y monjes dieron desde su secular paciencia y conocimientos con el proceso de la fermentación de la uva, donde principian los conocimientos enológicos. Como se elabora un vino, como se consigue que no se avinagre y como se conserva.

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Desde aquellos logros y fracasos hasta nuestros días, ha llovido mucho. Ya no hacemos ánforas para almacenar nuestros vinos. La cultura enológica permite no solo conservar el vino, sino también lograr caldos sublimes Quizá por ese conjunto de conocimientos, estamos ahora iniciando la aventura de enlatar el vino como se hace con cualquier refresco. En mi opinión estamos tocando fondo porque el vidrio y el tapón de corcho son imbatibles. Recuerdo que cuando vi los primeros envases tetrabrik para comercializar el vino, ya vaticiné que nunca serían envases aptos    para un Clos la Ermita, un Petrus, un Romanée-Conti y en grandes blancos un Aloxe-Corton (para el curioso lector, diré que este último vino que he anotado lo servía John-F. Kennedy en la Casa Blanca). El tiempo esta vez si matrimonia con el sentido común y me está dando la razón. Los envases de cartón están bien para el vino corriente pero nunca para un vino que ha envejecido en una barrica de roble, en la centenaria quietud de la noble bodega que vieron alzar nuestros abuelos.

Sana Khouja puede decirse que ha sido la primera por estos lares en enlatar el vino que lleva su marca Zeena, que elabora Mindjul Drinkers, fundado por esa precursora de la nueva manera de conservar el vino, pero sobre todo, una nueva manera de comercializarlo. En vinos normales me huele que va a tener éxito, porque el enlatado puede que no le dé nada a la calidad de un caldo pero tampoco le quita nada.

La verdad es, que me niego a ver un gran vino dentro de una lata, pero el asunto tiene su parte práctica a la hora de abrirlos, incluso a la hora fatigosa de transportarlo. En una reunión a manteles de «tiros largos», sería una herejía de lesa gastronomía de sentar en la mesa un tetrabrik o una lata con sus vinos, pues acabaríamos de perder el sabor de la parafernalia del sommelier y de las costumbres que se han ido cimentando con los años en torno al servicio de los vinos.

En una mesa bien servida el vino puede ayudarnos a la hora de que los comensales guarden un buen recuerdo, incluso durante años, pero descuidar el capítulo de los vinos, es un grave descuido que yo les aconsejaría evitar siempre. No olviden que hay vinos vagabundos y vinos aristocráticos, vinos huérfanos de linaje y vinos de noble cuna, vinos para olvidar y vinos que nunca se olvidan.