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Cuando la guerra desangra y lo destruye todo a su paso, es cuando más anhelamos la paz. La opulencia no vive tan lejos de la ruina como pensamos. Las fiestas navideñas se asocian a deseos de paz, concordia y un mundo mejor, aunque pocas veces se cumplan ni duren demasiado tiempo.

Una noche de paz (¿Conocen el villancico?) parece una burbuja frágil en medio de la tormenta que puede estallar en cualquier momento. La crispación aspira a ser la palabra del año. Volvemos al enfrentamiento y la polarización como si no hubiésemos aprendido nada de experiencias dolorosas del pasado. Somos belicosos por naturaleza, sádicos con los débiles y sumisos con los poderosos. Producto de una historia antiquísima cuyos rasgos genéticos conservamos, junto a viejas heridas sin curar.

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Dijo Pompeyo Trogo, en el siglo I antes de Cristo: «Los hispanos prefieren la guerra al descanso, y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa».

Entrevista al Papa Francisco en ABC. Recuerdo la de Jordi Évole en la que le preguntaba si es un sacrilegio decir que Messi es Dios. No hay que tomarse las cosas literalmente. El Papa está de enhorabuena por el mundial de fútbol que, como buen argentino, habrá disfrutado. ¿Para cuándo un mundial de penaltis? Mucha igualdad sobre el terreno de juego. Lean el libro: «Psicología de la pena máxima» de Iker Cosillas. Una de sus máximas: «un fallo lo tiene cualquiera», puede servir de consuelo a miles de aficionados.