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Cuando menos te lo esperas, la naturaleza te recuerda con un zarpazo terrorífico quién manda aquí. El terremoto que ha afectado a gran parte de Siria y de Turquía y que se ha cobrado ya más de 21.000 víctimas y subiendo es el enésimo ejemplo de que el ser humano es un actor secundario en un escenario y en un argumento en el que se cree que todo gira a su alrededor mientras el protagonista se toma un respiro. No, no somos el centro del universo.

Se me rompe el alma y el corazón contemplando el bombardeo de imágenes que llegan desde esos territorios que tan lejos nos parece que están, cuando en realidad están al fondo del Mediterráneo, donde gente como tú y como yo estaban viviendo tranquilamente sus vidas hasta hace apenas unos días. La tierra decidió sacudirse, vibrar y casi romperse mientras los edificios cedían y la desgracia, como una ola imparable, iba consumiendo todo lo que tocaba.

Afortunadamente queda algún pequeño destello de esperanza cada vez que los incansables equipos de rescate alcanzan y recuperan una vida de entre el infierno. Lo reconozco, soy incapaz de aguantar todas las imágenes que nos llegan, igual que es inevitable que me ponga en su piel y me imagine mínimamente lo que pueden estar sintiendo mientras desentierran a sus familiares y amigos.

Sabes que en este pequeño coto privado de ideas me gusta ser optimista, alegre y buscarle la gracia a todo, pero llevo unos días en los que poco o nada me apetece sonreír cuando te das cuenta de que en un abrir y cerrar de ojos todo se puede ir al carajo.

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La vida es maravillosa, lo mantengo, aunque a veces tenga que sumergirnos en la tragedia más triste para recordarnos que después de la oscuridad siempre viene la luz. Hace tiempo que dejé de pensar y, todavía mucho más, de creer que la vida es justa o injusta. Es la que es y debemos aceptarla porque no tenemos más remedio y no tenemos tampoco mucho margen de maniobra. Aunque duela.

Y duele. Duele mucho. Y más con la desesperación, el dolor, la destrucción y todas las cosas malas que nos rodean que son provocadas por el propio hombre. En este caso la naturaleza nos ha recordado que estamos aquí de prestado.

Y que es verdad que tenemos más de 21.000 motivos para llorar, pero aunque ahora cueste, también tenemos uno más para sonreír, para agradecer y para celebrar cada vez que han encontrado a algún superviviente. Y lo sé, a veces incluso la sonrisa duele.

dgelabertpetrus@gmail.com