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Me propongo hoy amenizarles con un estriptis. No pienso desnudar mi cuerpo (cosa que agradecerán ustedes), sino mi alma política (cosa de inciertas consecuencias).

En mi etapa universitaria tuve compañeros maoístas. Yo por entonces no sabía el sufrimiento que había causado Mao en millones de vidas, pero aún así no tenía ninguna gana de hacerme maoísta dado que me repelía la forma que tenían esos estudiantes de vivir su militancia: consignas, dogmas, tabúes, sectarismo… Yo era más de pensar por mi mismo, de escudriñar en los grises que dibujan la realidad (y no me refiero a los policías, llamados así en aquella época). Por otra parte, obviamente, me sentía en las antípodas de franquistas, guerrilleros de Cristo Rey y grupos afines (insufribles consignas, dogmas, tabúes y parejo sectarismo).

Y no es que yo tuviera las ideas políticas demasiado definidas (salvo ese barniz progre propio del joven que vive con un dictador en la chepa), pero tenía curiosidad y encontraba cosas plausibles y rechazables en varias de las ideologías circundantes (creo que eso se llama tibieza en los ambientes militantes). Ni tenía ni tengo problemas en cambiar de opinión si alguien me demuestra (o señala con suficiente grado de verosimilitud) que estoy equivocado.

A día de hoy sigo teniendo dudas. Ignoro cómo solucionar los problemas del mundo. Continuo siendo curioso. Busco datos y opiniones cualificadas en un abanico amplio de fuentes. De momento no encuentro la respuesta fetén.

Creo acertar sin embargo cuando me huelo que los problemas en curso no los va a solucionar ninguno de los partidos políticos del espectro actual, sencillamente porque esa no es su meta. Su afán es conquistar el poder y mantenerse en él (lo digo sin acritud). El problema es que si para ello han de mentir, mienten. Si tienen que tunear las cifras económicas, del paro, de la salud... las tunean. Si tienen que gastar dinero público en publicidad o en comprar votos lo hacen. Podría seguir..., ya imaginan la retahíla.

Es por este convencimiento que me siento lejos ideológicamente de quienes apoyan a los líderes de los partidos (de cualquier partido) o bien mirando para otro lado (y tú más) o bien justificando su falta de sinceridad, de transparencia, de lealtad, de altitud de miras, su mezquindad en no pocos casos, su ineptitud en tantas ocasiones.

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Explorando los extremos del catálogo Pantone encontramos en Vox y en Podemos esa pasión por imponer a los demás su forma de entender el mundo, basada en ambos casos en una ideología que la historia reconoce por sus efectos devastadores para la sociedad que la aplica, lo cual (por cierto) no les mueve a la reflexión.

Los partidos que hay en medio no pretenden (gracias a Dios) que seamos ejemplares, les basta con que les votemos. Para ello, cerca de las elecciones prometen y vuelven a prometer según aconsejen las encuestas. Pasados los comicios retoman la preocupación por lo que verdaderamente importa: repartir la leche entre los lactantes del clan (lo digo también sin acritud: así somos). Esta práctica, aunque humana, ocasiona al estado del que se nutren (al que parasitan de algún modo) un quebranto económico que se va acumulando en forma de deuda pública; deuda que contraen ellos (en muchos casos para apaños con sus extorsionadores o para el reparto de caramelos destinados a fidelizar votos), que pagamos nosotros (cada vez con mayor esfuerzo fiscal), y que -tenaces-, paradójicamente blanqueamos votándoles.

Añadamos que la Iglesia lucha por los pobres desde el Vaticano tan acaloradamente como Iglesias lo hace por «el pueblo» desde su chalet (en las afueras de) Vallecas. Los humanos somos así. Perdonemos esta debilidad de la especie, ya que no somos santos, pero no seamos tan canelos como para dar más crédito a sus palabras que a sus hechos.

Por cierto, qué curiosa la situación de Sánchez con Marruecos, parece cosa de encantamiento.

En fin, si por causa de este estriptis a alguien le entraran ganas de sodomizarme, que se ponga en la cola: tengo al ministerio que se encarga de incordiar al autónomo halitando ya en mi nuca.

Y me temo lo peor.