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El obispo electo, Gerard Villalonga Hellín, menorquín cuyas raíces familiares le vinculan a Es Mercadal y Maó, es la persona más indicada para redactar el ‘informe Dafo’ sobre la Diócesis.

Porque Villalonga conoce las debilidades, las amenazas, las fortalezas y las oportunidades de la Iglesia de Menorca, donde desempeña su ministerio pastoral desde que, en 1987, fue ordenado presbítero por Antoni Deig. El análisis de quien será el segundo sacerdote menorquín, después del obispo Vila Camps, que tendrá la responsabilidad de llevar el báculo y la mitra de la Isla donde nació, incluye realidades que nos interpelan y estimulan la búsqueda de alternativas y nuevas respuestas y soluciones.

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Hechos como una crisis de relevo generacional por la falta de vocaciones que incrementa la edad media de los presbíteros de la Diócesis y su cargo de trabajo, la disminución de la práctica religiosa, menos celebraciones con sacramentos, y las dificultades para la enseñanza de la Religión en los centros docentes. Son los retos para el nuevo prelado de Menorca.

Un proceso de secularización en el que participan algunos agentes y partidos, empeñados en imponer un laicismo excluyente. Cuando España es un estado aconfesional, como recoge la Constitución, pero que siempre ha sido, y sigue siendo, un país de tradición católica. Gerard Villalonga es consciente, al aceptar el encargo del papa Francisco para ser el nuevo pastor de la Diócesis de Severo, de los obstáculos que afrontará.

Sabe que no será fácil, pero quien aprendió el oficio de obispo junto a Salvador Giménez Valls y Francesc Conesa, es un hombre de fe, con un talante animoso, optimista y emprendedor. Propugna una Iglesia amable, próxima, incardinada en la idiosincrasia y las tradiciones de la Isla. Su nombramiento garantiza la continuidad de la tradición viva de más de siete siglos de Evangelio y de cristianismo en Menorca.