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Uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, en sociedades europeas como la nuestra, es el infantilismo. Dirán que exagero, que no me harán amigo, que no tengo razón y que chincha rabiña… pero si no abrimos los ojos y maduramos colectivamente, acabaremos mal. Castigados cara a la pared. O la pantalla.

Los que no sean unos niñatos insoportables sabrán lo que digo. Puede que también lo sufran en silencio. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La sobreprotección tiene algo que ver. La poca resistencia a la frustración. Los intereses de los que venden o tienen el poder, más proclives a tener seguidores o adeptos, aunque sean ineptos, que adultos críticos y responsables. Demasiado sabelotodo con la capacidad crítica atrofiada, con sus rabietas y exigencias desmesuradas. Incapaces de aportar pero con derecho a voto y, cada vez más, de veto.

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Infantilismo galopante e inconsciente. El inmaduro no sabe que lo es. Fácil de embaucar, el homo lúdicus se permite censurarlo todo, pero no admite ninguna crítica porque se ofende. Más sensible que razonable. Desprecia a los mayores por carcas. Desagradecido aunque se lo hayan dado todo. Algo falla.

En una sociedad compleja, las mentes simples crean más problemas de los que resuelven. Nadie quiere envejecer. Odiamos las arrugas. Preferimos el culturismo a la cultura.

¿Será sostenible este disparate? ¿Dónde están los adultos responsables? Entre tanta aglomeración, el niño se ha perdido.