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Nunca me acabé de enterar muy bien porque a Tomás Sarmiento Garcés, le conocía todo el mundo por el tío Poches «el cucaracho», si bien normalmente, le apeaban su verdadero nombre. Yo escuché su nombre una mañana de un mes de octubre, dos años antes de que el Señor se lo llevara.

Nunca hizo daño a nadie, si desechamos la caza furtiva que llevaba a dos o tres restaurantes de su confianza, para poder dar de comer a su familia y algún buen trofeo que de tarde en vez despenaba para cumplir con el encargo que le había hecho algún señoritingo, mal cazador y peor persona, sobrado de caudales y escaso de honestidad.

La primera vez que le conocí fue en un cuartelillo de la guardia civil. El guardia civil que le atendía le nombró por su verdadero nombre, aunque añadió: conocido por el tío Poches «el cucaracho». Otro día me topé con él una tarde, cuando venía yo de mi aguardo para intentar fotografiar el celo del corzo, el más pequeño de nuestros cérvidos, pero también para mi gusto el más esbelto, aunque en puridad nada tengan que ver ambas especies, por mucho que tengan «correal» en la cuerna, y ciervo y corzo desmoguen.

También coincidí alguna vez en el bar-restaurante donde yo iba a tomar el café y él a sus chanchullos de la posible venta de algún trofeo, eso, y que yo frecuentaba en aquellos años zonas con abundante caza menor, y a veces con caza mayor. Coincidí aquel día en el cuartelillo porque yo iba a informarme sobre qué requisitos se me podían exigir si se me ocurría entrar en la zona donde estuvieran dando, por ejemplo, una cacería de liebres a ver correr los galgos y para intentar alguna instantánea.   

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Tío Poches «el cucaracho» iba a recoger una vieja más que vieja vetusta escopeta, que la guardia civil le requisó hasta que pagase la sanción por cazar en una viña sin vendimiar.    Siempre me he preguntado si no era cosa milagrosa que aquella arma que se caía a cachos pudiera disparar un cartucho, y como ya habíamos coincidido en el monte y en el bar-restaurante, me interesé al oír su verdadero nombre, Tomás Sarmiento Garcés. Él sabía que nadie le conocía por su nombre porque le llamaban tío Poches, otros añadían tío Poches «el cucaracho».

¡Oiga, Tío Poches! ¿De    dónde le viene lo del «cucaracho? ¡Na! Que por cazar un venao para don Baudilio ¿sabes a quien me refiero no? ¡No lo he de saber! ¡Pues claro! ¡Pues na! Ya digo, que el guarda del monte se fue de vareta, cogió el canguelo y se lo soltó a la pareja, y en el «talego», las semanas que pasé en él, por un paquete de tabaco picao, me comía una cucaracha viva. Cosas peores había comido cuando en mi casa se terminaba antes la comida que el hambre, y había siete bocas abiertas como pajarillos en un nido, a los que mi madre tenía que poner comida todos los días en la mesa.    Por eso me metí furtivo. Un día vamos a ir a que saques buenas fotografías donde yo me sé, y el guarda «el cojo del monte» me debe algún favor y nos va a dejar entrar para que fotografíes «la ronca» del gamo o «la berrea» del ciervo. «Al cojo del monte» también le llamamos «el hurón», porque lleva toda la vida diciendo, que como vea un agujero donde meter la cabeza, va a dejar lo de la guardería que está muy mal pagao, y hoy en día se está poniendo hasta peligroso, la gente ya no respeta na. Oye, por cierto, tú que vas por el monte ¿te has fijado que el venao es el único que saca la lengua en la berrea? Qué cosas ¿verdad?

Usted, tío Poches, habrá visto mucho por esos montes ¿verdad? Y tanto, algunas cosas no te las ibas a creer, y fíjate, de gente que va a misa todos los domingos y fiestas de guardar, que guarda muy bien guardados pecados inconfesables. Unas serán por vicio, no digo que no, otras por el contrario son como la foca, que si no hay sardina la foca no baila, tú ya me entiendes. El monte es lenguaraz, es un lugar menos seguro de lo que algunos se creen, por más que ni el acebuche ni la mata hablan, pero por ahí los he visto como si fueran garduños, por esas matas he visto a algunas y    algunos de sombrero y corbata, si yo te contara, gente de alta alcurnia, no te vayas a creer. Otros que matan un venao con la mejor cabeza posible, le cortan la misma y se la llevan y ahí dejan el cuerpo para los buitres. No me digas que eso no era pecao. Yo, al fin y al cabo cazaba para que se comiera en mi casa.

Un día tío Poches, usted me cuenta y yo voy tomando nota. ¡Quién sabe! A lo mejor nos sale un libro.