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La eficacia y la virtualidad del nuevo Plan Territorial Insular, que aplicará el próximo equipo de gobierno del Consell elegido este domingo, depende de su voluntad política, la capacidad de gestión y los recursos que destinará a su desarrollo.   

Más allá de la legitimidad para aprobar el nuevo modelo territorial de Menorca a sólo cinco días de las elecciones, porque también cuentan la ética, la estética y el fair play, hoy, veinte años después, sigue abierto el debate que los menorquines no hemos sido capaces de resolver sobre la piedra filosofal de la única isla de Balears declarada Reserva de Biosfera por la Unesco: concretar un desarrollo sostenible que posibilite la actividad económica con la protección y respeto a los valores y espacios naturales.

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Con instrumentos tan restrictivos y limitadores como son este PTI y la Ley de Reserva de Biosfera es el momento de levantar la vista -porque Menorca no es el ombligo del mundo- y aprender de otras regiones, islas como nosotros, que son Reserva de Biosfera. Me refiero concretamente a Lanzarote, que obtuvo la declaración el mismo año que Menorca, en 1993.

En la isla canaria han acertado al definir un modelo propio, donde se nota el impulso del gran César Manrique, porque ha existido voluntad, capacidad y se han invertido los recursos necesarios. Allí se superó, hace años, el grito atávico de ‘Lanzarote para los lanzaroteños’ al abrir el enclave atlántico a un turismo que halla las infraestucturas, equipamientos y la oferta que hacen muy apetecible la estancia turística.

Aquí persiste el ‘Menorca para los menorquines’. Y mientras seguimos discutiendo si son galgos o podencos falta voluntad de entendimiento, gestión ágil y nunca llegan los recursos prometidos. De equipamientos e infraestructuras mejor no hablar, porque las públicas no se acaban y las privadas se prohiben. El futuro de Menorca no pasa por las demoliciones.