TW

Ser valiente es consecuencia de la virtud de la fortaleza. El valiente debe vivir sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte, con alegría y naturalidad en medio de dificultades, de obstáculos que exigen esfuerzo y sacrificio, manteniendo la serenidad ante un futuro incierto. Así quiere el Señor que el cristiano viva esperanzado como un hijo de Dios. La consideración de ser hijo    de Dios, el Dios dueño y señor del universo, el Dios que ama al hombre como su obra maestra y favorita de la creación, el Dios que se encarnó y se hizo hombre, enseñó y ofreció su vida en la cruz para salvarnos. El cristiano que tiene conciencia de su condición de hijo de ese Dios todopoderoso y misericordioso que lo quiere con locura, no puede tener miedo y ha de ser valiente. En el evangelio de hoy el Señor nos dice: «¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos (Mt 10, 28-31)».

El cristiano no debe sentir vergüenza de su condición de discípulo de Cristo, ni tener miedo de hablar claro de Dios. No debe temer el qué dirán ante sus dichos o hechos, a los comentarios desfavorables, ni a la desconsideración de algunos. Es natural que su testimonio llame la atención en ambientes de costumbres paganizadas en los que los valores económicos son a menudo los supremos valores. No debe preocuparse demasiado por la calumnia o por la murmuración, si alguna vez llegan. Porque, al fin y al cabo, «no hay nada oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la obscuridad, decidlo a plena luz (Mt 10, 26-27)». Nos lo dice el Señor también hoy.

Noticias relacionadas

Vivimos unos tiempos en los que se hace más necesario proclamar la verdad sin ambigüedades porque la mentira o la confusión están perdiendo a muchos. Es preciso sostener la sana doctrina, las normas morales, la rectitud de conciencia en el ejercicio de la profesión, vivir las exigencias del matrimonio y de la familia. Hoy el Señor nos dice que «todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero el que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre (Mt 10, 32-33)». Nuestra condición de cristianos nos obliga a dar testimonio. Ser o no ser.

El cristiano solo ha de temer una cosa: el pecado. La ofensa a ese Dios que tanto nos ama, que nos quita su amistad y nos conduce a la condenación eterna. «Temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno (Mt 10, 28)». Este el santo temor de Dios que nos infunde el Espíritu Santo, que nos impulsa a luchar contra aquello que nos separe de Él y nos mueve a huir de las ocasiones. Teniendo presente lo que nos dice el Señor: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28-20)», podemos caminar resueltos con el salmo 27, 1: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?».