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No sé a ustedes, pero a mí me cuesta un montón concentrarme, separar lo importante de lo superfluo y tomar decisiones. Supongo que los años que vas acumulando ayudan a ello y el calor, ese abrasador calor que nos está tocando vivir o mal vivir poco o nada ayuda.

Yo que soy muy dado a volver la vista atrás y no en busca de lo inalcanzable, debo reconocer que es un ejercicio que te ayuda a revisar nudos corredizos, otros excesivamente apretados y muchos de ellos sueltos, esos que un día ataste con la suficiente rabia e inteligencia para asegurarte que nada ni nadie se escapara. Los corredizos, que son primos del nudo del de la horca, están allí por si algún día debo deshacerme para siempre de todo aquello que cuelga y que con su balanceo me dibuja tétricas sombras que puedan impedir mi camino en paz y de los cabos sueltos que quieren que les diga, que me encanta tenerlos, son como esos sudokus que te empeñas en resolver y que la mayoría de las veces te quedan dos o tres casillas en blanco o errores que te lo trastocan.

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Bien pensado, creo que me gusta hacerlos o mejor dicho intentarlo porque al final salgo perdedor. Si fueran fáciles, no despertarían en mi el interés por la réplica y nacería en mi esa especie de vanagloria absurda de creerme superior a un simple y al mismo tiempo difícil juego de entretenimiento.

Es bueno ser derrotado por las pequeñas cosas hasta que un día descubres que tu también lo eres. A los gigantes cuando pasan frente a mi casa en nuestras fiestas, me gusta mirarlos desde la ventana del primer piso, puedo mirarlos a los ojos, es como un tú a tú, como si fuera tan gigante como ellos. No se si ayuda pero me lo creo.