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No Iglesias, que a lo mejor también llegó. Llegó el caluroso si es que debemos destacarlo de otros que también nos han hecho sudar la gota gorda. No sé ustedes, pero yo nunca he sabido calibrar eso de la gota porque o se suda mucho o poco, pero llamar gorda a una gota como si fuera una obesa... en cualquier caso no es más que una expresión que cada uno toma como mejor le conviene. Pero no nos vayamos por las ramas aunque sea el lugar más fresco del árbol siempre que éstas sean resistentes y bien provistas de hojas. Desde mi imaginaria atalaya donde suelo subirme para más adivinar que ver, oteo el ir y venir de las gentes en busca de un hueco en la arena y un buen pino donde asentar el mobiliario playero y la correspondiente manduca. Debo confesar que la trashumancia humana en esas labores ha disminuido bastante, hemos sacrificado la tortilla de patata, las berenjenas al horno en fiambreras herméticas, las botellas de vino y refresco y la media sandía, por la comodidad del chiringuito que aunque nos salga más caro que tutearnos con los gorriones y las garrapatas, eso de que nos sirvan a la sombra, bien sentados y que nos sirvan llamándonos señores nos crece por dentro. Cuando la época de los 600, eso de meter todos esos cachivaches en sus maleteros con suegra y sombrilla incluidos era una auténtica proeza. Yo de niño recuerdo que al ir a la playa con mis padres, enterrábamos las botellas en la arena cubiertas por el mar y les aseguro que era la nevera más barata del mercado. Debo confesar que con los cambios de marea alguna de ellas quedaba sepultada y nos quedábamos sin bebida hasta que les atábamos un corcho con un cordel para señalizar la zona, como se hace ahora con los buceadores. Quémense lo justo y necesario que todavía queda verano para rato.