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Antes que nada, tengo prisa en decir que me parece injusto que el trabajo de cuatro años de un Presidente de un Gobierno, pueda quedar desdibujado por un debate. El trabajo de cuatro años de política a «pie de obra», tiene que tener en justicia la fiabilidad o la crítica de lo bien o mal que se hayan hecho las cosas, mientras que la verborrea utilizada en un debate televisivo por un candidato, tiene que estar por fuerza a expensas de que sus palabras se cumplan, sobre todo si hemos de hacer caso  a lo que decía aquel político, que preguntado por las promesas que se hacen en los mítines previos a unas elecciones, se conoce que se le aflojo el verbo y dijo que las promesas electorales «se hacen para no cumplirlas». La palabra de un político, sobre todo hoy en día, empieza a tener un valor relativo, a sabiendas de que, cuando un político defiende su gestión, no será una cosa rara que  mienta. La mentira siempre forma parte de las «verdades» de la política.

Me resulta por lo menos chocante que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, a pesar de la práctica  que se les supone, y encima también parece lógico pensar que a estos debates se va entrenado, y que además, en el punto álgido de la hipocresía, se tengan que tener estilistas para tener que ir vestidos como futuros Presidentes. Todo empezó desde aquella derrota televisiva de Nixon frente a Kennedy por el aspecto físico, con lo cual, no ha habido debate que una arruga de más o de menos sobre la chaqueta, haya dado o quitado un voto, lo que supone una absurda tontería, una sandez del poder exagerado de los medios.  Tres arrugas más o tres arrugas menos, no debería ser la causa que dirija la voluntad del votante. Pero a lo que voy: «El decisivo debate» que anunciaba Ferreras desde su torpe manía de apuntarte con el dedo cada vez que habla, no fue ni decisivo, ni ameno, ni tuvo un ápice de interés, fue un debate brusco, trabándose los oradores continuamente, un trabajo díscolo, marrullero, que quiénes lo veíamos por televisión, resultaba como interpretar un jeroglífico ¡qué debate más malo!, aunque en realidad, más de un debate fue una discusión continua, donde no faltaba continuamente la palabra de «falso» o «mentira» que le decía Sánchez a Feijóo en una prueba más de poca categoría en quien está defendiendo su continuación como Presidente del Gobierno. Feijóo tampoco estuvo mucho mejor, pongo a la hora de discutir, porque lo que hicieron no fue debatir, hasta que a los cuatro o cinco minutos sacó un gráfico y lo enseño al revés. Otra cosa sencillamente absurda explicarnos antes del debate el color de la corbata de Sánchez, sobre la que debatieron los asesores para ponerse de acuerdo (vaya estupidez), con la de cosas que sí que son importantes. A los 10 minutos del debate, perdón, de la discusión, a nadie le importaba ya, de qué color eran las corbatas.    Apropósito, antes de empezar el debate, Ferreras apuntando con el dedo, se hartó de decir que iba a empezar el debate decisivo. Señor Ferreras, como oráculo no tiene usted precio ¡Vaya lástima de debate decisivo! ¡Vaya pérdida de tiempo!, en vez de pasar la velada viendo cualquier película por mala que esa fuera, nunca habría sido peor que el debate decisivo del Señor Ferreras.

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En mi opinión, tanto Sánchez que estuvo francamente mal como Feijóo, que tampoco por eso estuvo mucho mejor, deberían de reunirse aunque fueran clandestinos a tomar una cafetera de café bien cargado y castigarse un poco el intelecto, viendo en la intimidad    lo que Ferreras anunciaba como «debate decisivo».

Llevo escuchando debates lo que llevamos de democracia, jamás escuché uno peor.