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Las veces que he tenido que ir por el centro casi al medio día, en las zonas peatonales hay momentos que te encuentras como perdido, se te pone una cara de anonimato que espanta. El turista, cuando decide dejar la playa e invade nuestras calles, el caos es impresionante. Yo que cuando salgo en primavera no voy con la idea de encontrarme con ningún conocido, ahora es que casi tengo la necesidad vital de ver alguna cara conocida. He llegado a pensar si el turista soy yo o son los demás. El turista en masa no conoce para su circulación ni la izquierda ni la derecha, navega con la vista como perdida, se detiene porque le pica una oreja y ocasiona un embotellamiento alucinante. Su familia obediente al jefe de la manada frena en seco ocupando entre la mujer, el hijo y la sillita del bebé el poco espacio disponible.

Es cuando te das cuenta que tenías que haber tomado un atajo pero ya es tarde, la marabunta te absorbe y como te descuides pasas a ser uno más con el serio problema de perder tu identidad. Pasé hace un par de días ante un escaparate repleto de ensaimadas y me apetecía una. Mientras que con mi dedo índice le señalaba a la dependienta una de esas ensaimadas, una ola humana de carácter internacional me fue empujando haciendo que perdiera de vista el establecimiento y transportándome diez metros más allá. ¿Quién soy, dónde estoy y hacia dónde voy?, me pregunte seriamente y la verdad es que no sabía muy bien quien era, ni donde estaba y mucho menos a donde iba. Necesito tomarme las situaciones con más filosofía, analizar las situaciones y procurar no morir en el intento.