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La variedad de fiestas del mapa festivo de España es sorprendente. Alguna de esas fiestas sorprenden sus componentes al ver en lo que basan su festividad. Fíjense que ya les he parlado de las abundantes y sorprendentes fiestas del agua, la fiesta del tomate «la tomatina» y hoy, si ustedes me lo permiten, podría ser que cerrase esta trilogía con la fiesta de «Els Enfarinats», fiesta de los enharinados que se celebra en La Junquera (Alicante) cada 28 de diciembre, festividad como ustedes saben de los Santos Inocentes. Naturalmente que con las fiestas nombradas no he hecho otra cosa que abrir tímidamente porque por aquí montamos hasta una fiesta de esa absurda y atávica costumbre de tirar una pobre cabra de un campanario o esa otra no menos absurda de matar un toro a lanzadas para luego pasear sus testículos como máximo trofeo, lo que no deja de ser una solemne salvajada vecina de las burradas que se hacían en el medievo. Más pacífica, menos sanguinaria, se me figura ver a los participantes de una fiesta cuya idiosincrasia consiste en tirarse vino los unos a los otros. Dioniso y Baco deben de pasarlo en grande o como poco asombrarse por las avenidas de las calles del vicio de la milenaria Atenas y la Roma de los borrachos porque mientras en vez de tirarse el vino un dios al otro, lo propio sería bebérselo que es cosa más civilizada siempre que se beba con moderación. Ya conocen ustedes mi máxima: se ahoga más gente en un vaso de vino que en toda el agua del mar. Otra fiesta que también tiene su aquel es la de ponerse perdidos de harina hasta hacerse irreconocibles. La celebran en La Junquera pero lo hacen en otros municipios con petardos de todas clases y huevos que a mí se me antojan mejor empleados en hacer una buena tortilla. La Festa dels Enfarinats es una sátira entre dos bandos para dilucidar quién se queda con el poder simbólicamente de la ciudad. Aquí sí que puedo afirmar que no hay unos orígenes escritos, al menos yo no los he encontrado aunque he visto que algunos van muy lejos, demasiado se me figura porque buscan su origen nada más y nada menos que en los saturnales de Roma. Me parece ir demasiado lejos. No hay documentación porque su carácter desenfadado, un punto si se quiere subversivo, no gustaba a las autoridades    de la época como tantas otras veces donde desde el ‘ordeno y mando’ decidían cómo y con qué podía divertirse la juventud aunque fuera algo tan inocente como arrojarse harina, algún petardo y algún que otro huevo.

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Las buenas maneras de aquellas costumbres decimonónicas no permitían una fiesta tan «bárbara». Se ve que tenían como menos bárbaro lo de las palizas y el encarcelar a la gente por haberla pillado lanzando un puñado de harina. Por cierto, como he nombrado lo de arrojarse el vino los unos a los otros, no quiero dejar sin decir dónde se celebra esta fiesta. La batalla del vino es fiesta de interés turístico nacional y se celebra durante la mañana del 29 de junio, festividad de San Pedro, en la ciudad de Haro (La Rioja, España). A principios de 1900 las mujeres acudían vistiendo sus mejores galas pero los atrevidos que les arrojaban vino, a poder ser tinto, ocasionaban no pocos disgustos y enfados por ver cómo había quedado la ropa, así que la mujer dejó de asistir hasta que poco a poco lo que esta hizo fue dejar de usar ropas caras pasando a vestir muy «de trapillo» para quedarse de pies a cabeza de color vino burdeos, fiesta que hoy goza inexplicablemente de gran predicamento.