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¿Cómo están, queridos lectores? Espero que estén igual de exultantes que las jugadoras de la selección nacional de fútbol que se han proclamado campeonas del mundo, casi nada amiguitas. Y espero, también, que sepan comportarse mejor que el presidente de la Federación Española de Fútbol que igual se toca los genitales para celebrar un triunfo -como si las chicas ganaran por cojones y no por ovarios en todo caso- que le mete un beso en la boca a una jugadora actuando como un casposo borracho de taberna. El personaje de comportamiento misógino que preside la Federación futbolera, Luis Rubiales, se embolsa unos 700 mil euros al año, una prueba más de que dinero y educación no van de la mano ni de coña, de hecho hay mucho fan de Taburete que ha estudiado en colegios privados y las cajeras y cajeros de los supermercados ya no pueden más con ellos de lo cantamañanas, arrogantes y chulitos que son.

Sé que hace un calor nivel «sudo solo con respirar, imagina cuando estoy apretando en el váter después de una barbacoa que empezó con unos choripanes» y una humedad del tipo «en lugar de barba me está saliendo musgo», pero debajo de mi sudada y enorme frente mi cerebro no deja de pensar en una frase que leí hace muy poquito: «conciencia climática sin conciencia de clase es pura jardinería», vamos a darle una vuelta después del punto y aparte.

Hace poco este diario que me publica nos informó sobre la cantidad de jets privados que llegan a nuestra amada Menorca, unos siete cada día. Datos: en solo una hora un jet privado puede emitir 2 toneladas de CO2 en comparación con una persona promedio de la UE, que emite 8,2 toneladas en un año. Pero nos piden a nosotros que usemos pajitas de cartón, o que reutilicemos nuestro vaso en las fiestas, o que nos duchemos en tres minutos, o que usemos más el autobús, que está muy bien, claro que sí, pero es inútil luchar así contra el cambio climático porque el 1 por ciento más rico de la población contamina el doble que el 50 por ciento más pobre. Por lo tanto, si le quitamos la conciencia de clase a esa lucha contra el calentamiento global no nos queda más que un maquillaje fatuo, un postureo necio, un ecologismo de pastel y escaparate que no va a ningún lado.

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La nieta del caza elefantes, la hija de la «compiyogui» y el «preparao» está estudiando en una academia militar de Zaragoza, pero los fines de semana irá  a ver a sus papas en el helicóptero Súper Puma que quema unos 180 litros de queroseno cada 30 kilómetros. Pues eso, ahora vas tú y le dices a Paco, o a Juana, que están reventados de currar, que tiren su coche diesel de 20 años y se endeuden de nuevo para comprarse uno eléctrico, que por su culpa estamos jodiendo el planeta. Cuan ridícula es cualquier reivindicación sensata si nos dejamos por el camino la conciencia de clase, es más ridículo que escuchar a un cayetano prototípico hablar de que España se rompe mientras se monta un entramado empresarial opaco para no pagar impuestos y llevarse su pasta a las Islas Caimán.

No sé por qué, pero me gusta la gente que escucha rock o blues en la era del reggaetón y el trap. Me gustan las personas que hablan bajito cuando todo el mundo grita, los conductores que se paran en los pasos de peatones sin poner mala cara, los que dicen «de este tema no sé». Los que siguen utilizando cafeteras italianas en lugar de la de cápsulas. Los que le dan un par de vueltas a las cosas antes de coger un megáfono. Y los que tienen la cerveza siempre fría. Lúpulo y feliz jueves.

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