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Es la moneda virtual más conocida y cada vez suscita mayor interés. Se utiliza como un sistema de pago que carece de banco central.

El bitcoin fue creado el 2008 por una o varias personas, cuya identidad se desconoce, desde el seudónimo Satoshi Nakamoto. A partir del 2009 empiezan a funcionar la primera red y las transaccciones.

Con un enorme impacto en el sistema bancario mundial, que observa con gran recelo todas las criptomonedas, el bitcoin constituye un instrumento de inversión y también es un medio de pago. Al carecer de un marco regulador se aplica el criterio de alegalidad, que permite realizar todo aquello que no está prohibido por la ley.

Cuando preguntamos a las entidades financieras -lo hicimos ayer- si podemos comprar bitcoins, la respuesta consiste en que ‘no contamos con este producto en nuestra cartera’.

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Advierten de inmediato sobre su volatilidad y la califican de operación de riesgo, que justifican en los máximos históricos y los sucesivos desplomes.

Los compradores de bitcoins se registran en un monedero virtual. Funciona de forma anónima a través de una cadena de bloques (Blockchain) y un libro contable que registra toda la actividad. La creación de bitcoins exige superar el proceso de ‘minería’, que gestiona la moneda virtual a través de técnicos que van resolviendo los problemas.

La amenaza que se cierne sobre el bitcoin es su volatilidad, pero no todo son desventajas: al ser una criptomoneda finita, con un tope máximo en circulación, la ley de la oferta y la demanda augura el previsible y potencial aumento de su precio.

Quienes valoran ahora la compra de bitcoins han de tener en cuenta el impacto del ‘halving’, un evento programado que ocurre cada cuatro años. Divide por dos la cantidad que reciben los ‘mineros’ para validar las transacciones. El próximo está previsto para abril de 2024. Constituye una oportunidad para los inversores más audaces.