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Verano turbulento este en el que se entremezclan temperaturas africanas con esas olas que nos recuerdan aquellas siniestras curvas de contagios, con  una ristra de accidentes de tráfico que vuelven a poner en primer plano los avatares de la carretera general; conflictos lingüísticos que en el fondo son políticos y conflictos políticos que son prepolíticos, como el de la investidura que no necesariamente debe pasar por el líder de la lista más votada, sino por aquel que pueda concitar una minoría mayoritaria. Y todo ello por no hablar por la más turbulenta de las olas  que se avecinan si finalmente forma gobierno el pérfido Sánchez, la de la supuesta amnistía para implicados en el malhadado procés. Eso ya sería un tsunami más que una ola.

Pero no todo son turbulencias: dejo el ullastre en pleno mediodía dominguero para contemplar  el magno triunfo de la Selección Española de fútbol femenino que  alivia los rigores caniculares del ecuador del verano, una victoria que también trasciende del ámbito estrictamente deportivo por lo que significa de reivindicación feminista en un mundo, el futbolístico, trufado de micromachismos a lo largo de su historia (escrito este párrafo me llegan los ecos del impresentable morreo del presidente federativo a una jugadora española, que corrobora lo dicho). Y quisiera resaltar también un hecho positivo que pasó prácticamente inadvertido y que realza la más delicada sensibilidad femenina y que sería bueno para todos que se extendiera como norma de conducta. Me refiero a la estampa de varias jugadoras españolas abrazadas largo rato en el césped con las derrotadas y llorosas muchachas inglesas en  un emotivo consuelo que jamás he visto en una final entre hombres, quienes suelen enzarzarse en ridículas y narcisistas performances presididas por unos inefables cortes de pelo que cuidan con esmero cuando huelen una cámara.

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La final femenina me ha traído a la memoria recuerdos imborrables de cuando en los años ochenta oficiaba de entrenador    del equipo de La Salle alevín e incorporamos a la plantilla a dos niñas, Marga y Asun, que demostraban sus aptitudes diariamente en el patio. Su afición al fútbol    era insobornable y allí pudieron dar rienda suelta a sus sueños. Nuestro equipo mixto fue aceptado sin trabas y con la mayor naturalidad y    destacado como pionero por el «Heraldo de Aragón». Hoy, y después de una larga y titánica lucha, las chicas de la selección  nos demuestran que ellas pueden hacerlo tan bien como los hombres, y en muchos casos, mejor (difícil de superar la precisión de escuadra y cartabón en el gol de la victoria mundialista).

Recuerdo los orígenes de aquel club de fútbol en el que ejercía de mister, la parte divertida, mientras los cofundadores, y muy especialmente el impulsor de aquel proyecto, el amigo empresario Jesús Flórez, daban el callo con la infraestructura administrativa y la intendencia, como el cuidado de las redes de las porterías, el pintado del campo de juego, etcétera. Y lo recuerdo ahora porque, en parte, la historia de estas chicas que querían jugar al fútbol y no les daban la oportunidad, tiene sus concomitancias con la infinidad de chicos que hubiéramos querido jugar al fútbol en el equipo de un colegio en el que solo se hablaba de basket. Quizá por eso,    cuando volvimos a las aulas, esta vez como padres de alumnos, un grupo de futboleros creamos y organizamos un club de fútbol, cuyos equipos, precursores del tiqui taca, llegaron a jugar como los ángeles. Ahora estamos ante la vigorosa ola del fútbol femenino que parece haber venido para quedarse y demostrar que el supremacismo masculino es pura ensoñación de los rubiales de turno…

Y mientras tanto, empieza a correr el reloj de la investidura. Las formas son importantes en democracia y el Rey las va siguiendo impecablemente al proponer al líder de la lista más votada. Otra cosa es que sirva de algo más que de paripé … O, horror de los horrores, de un nuevo tamayazo, aquella legendaria espantada de dos diputados socialistas que impidió la investidura del socialista Simancas como presidente de la comunidad de Madrid. Ojito pues aquel caso, pionero del transfuguismo más descarnado, quedó impune para vergüenza de la entonces joven democracia española. Vade retro.