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Cuando nos polarizamos, síntoma de que algo está enfermando, las consecuencias son tan evidentes que casi nadie las ve. Uno cree que la realidad es lo que encuentra cada día en su entorno, donde la gente habla y se relaciona educadamente. Pero la realidad se ha convertido en un reality, anglicismo que ayuda a comprender que la auténtica realidad, en la que vivimos y nos comunicamos, es la que sale por la tele.

Desde que en vez de hablar chateamos, las redes bullen con todo tipo de porquería informativa y de mensajes tóxicos. Como nuestra mente es limitada, el espacio que ocupa la mierda desaloja e imposibilita cualquier otro contenido propio o apropiado.

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Otros deciden por nosotros de qué hablamos y lo que es correcto pensar. La suciedad se expande con la facilidad de un incendio forestal. La influencia de los influencers es enorme. De ahí su nombre. Otro anglicismo.

Alguien descuartiza a alguien en Tailandia, el Tito Berni, el beso de Rubiales, la investidura que todo lo cura, los violadores sueltos o los fugados que cortan el bacalao… temáticas tan vertiginosas que, al cabo de unas semanas, nadie se acordará de los temas candentes y solo quedarán las brasas.
La legislación a la carta, la erosión constitucional, los pactos secretos, el tratarnos como borregos o zombis o menores de edad, junto a la represión disfrazada de causas nobles… pasan desapercibidas.
Pero no me hagan mucho caso, que debo estar alucinando.