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Nos cuentan que en Australia más de mil asistentes de todos los continentes escucharon con interés la ponencia mallorquina sobre la sostenibilidad en la Serra de Tramuntana en la reunión anual del Icomos, la cumbre mundial del turismo. Suponemos que los expertos sabrán ver el valor de esta propuesta isleña, porque desde aquí, tan lejos, se ve borroso. La Serra de Tramuntana es, indiscutiblemente, una maravilla y también un reclamo turístico de primera. Pero de ahí a ‘venderla’ al mundo como tesoro de la sostenibilidad va un trecho. Y no porque no lo sea, que lo es, sino porque no cuela el concepto. Me dirán que hablo por ignorancia, pero sé bien que la Serra respeta paisajes naturales y humanos, mantiene flora y fauna, se halla relativamente protegida de las hordas de turistas que pisotean el resto de la Isla. Todo eso es magnífico. Pero... ay, la Serra está en Mallorca, que es un ¿modelo de qué? ¿ejemplo de qué?

Llevamos años escuchando cómo los políticos se llenan la boca con la palabrita de moda, «sostenibilidad», a la que han añadido con entusiasmo el concepto de moda, «economía circular» y se quedan tan anchos. Porque a pie de calle lo único que percibimos es una saturación asfixiante en número de turistas, de coches que circulan, de aviones que despegan y aterrizan, de cruceros que atracan, de veleros, motos náuticas, yates y lanchas que ensucian, hacen ruido, acosan y molestan. No quiero ni imaginar las cifras de basura, consumo de agua y electricidad, millones de aparatos de aire acondicionado a toda pastilla, megabites de conexiones a internet... la euforia turística solo tiene un nombre: ascazo. Lo pueden vestir con las palabrejas que quieran, quizá engañen a los de Australia. Porque a nosotros, no.