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Hablamos de la guerra de Ucrania durante todo el santo día aunque estas son las horas que no acabamos muy bien de entender cómo Rusia invade el país vecino sin otro afán aparentemente que la pura destrucción. Bloques de viviendas reducidos a cascotes, cadáveres en plena calle, testigos de la barbarie esperando a ser enterrados. Los paisanos pasando a escasos metros de aquellos desventurados a los que la guerra les ha arrebatado la vida y la hacienda. Una guerra enquistada que no parece que vaya a tener fin al menos de momento. Yo me suponía que Rusia tenía armamento para arrasar Ucrania en muy pocos días. Por otra parte, los ucranianos se están enfrentando a la poderosa Rusia teniendo para su mayor desgracia que estar mendigando armas por todos los países del mundo. Y ha tenido buena respuesta porque le han mandado material bélico de todas las clases, desde tanques España, Alemania, EEUU, etc., a cohetes tierra- aire para interceptar los ataques rusos. Turquía les acaba de mandar centenares de ametralladoras lógicamente con su munición (600 ametralladoras pesadas, modelo M2).

21 países de los 27 de la Unión Europea han enviado armamento a Zelenski, incluyendo curiosamente bombas de racimo que hay que recordar que están prohibidas en varios países por convenios internacionales.

Volviendo con lo de las potentes ametralladoras de fabricación turca, las M2, no me cuesta nada decir que me resulta curioso que a pesar de las buenas relaciones entre Ankara y Moscú, Turquía envíe armamento a Ucrania.

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Ucrania, según Stoltenberg, ha recibido más de 1.500 blindados y 230 tanques más 480 Abrams americanos. Con estos mínimos apuntes se llega a la conclusión de que Ucrania no tenía armamento para meterse en una guerra y menos con Rusia. Con todo lo que eso significa, este mundo belicoso y fanatizado no para de sorprendernos cada día. Ahora con una nueva escalada bélica entre Israel y Hamás. Siempre se ha dicho que Israel tenía el mejor servicio de inteligencia del mundo. Pues ahora les ha pillado con «los pantalones por poner». Mientras, la guerra se muestra con toda la furia destructiva asilvestrada. Solo unos días de guerra han bastado para contar los muertos como en una carnicería. Debería caerse la cara de vergüenza a cualquier ser humano que forme parte de este mundo.

Fíjense, el martes 17 de octubre en un ataque contra un hospital, el Al Ahli al Arabi en el centro de Gaza, causó la muerte a más de 500 personas de toda edad y condición. Este tipo de ataque contra una infraestructura civil va en contra del más elemental derecho internacional. Por si todo no fuera ya lo suficientemente siniestro, los intervinientes en esta locura desatada de exterminio, se han dedicado desde el primer día a secuestrar población civil para ser luego usada en intercambios «como arma de guerra». No me cabe mayor monstruosidad que amenazar a unos padres con matarles a un hijo. En tiempos de Guzmán el Bueno, este, además de no rendir la plaza sitiada, lanzó su puñal a los que tenían cautivo al hijo por si andaban faltos de con qué llevar a cabo amenaza de semejante vileza. Desde la época de Guzmán el Bueno a nuestros días no les quiero decir lo que ha llovido por más que en el absurdo oficio de andar matándonos los unos a los otros no hemos hecho más que seguir empuñando «la primera quijada de asno» que se nos pone por delante. Ahora usamos pequeños aviones creados para llevar en sus tripas potentes explosivos que causan estragos al impactar contra edificios civiles a los que van dirigidos sin la necesidad de ser pilotados. Es el ingenio del derramamiento de sangre a cuanta más mejor.

La guerra de Ucrania, su ferocidad, un país camino de ser reducido a una escombrera, la implicación en la ayuda bélica que compromete a 21 países de los 27 de la Unión Europea más EEUU, queda en el umbral de las cosas que ya no nos causan tanto interés. Ahora lo perentorio es la guerra de Israel y Hamás y la manifiesta y peligrosa inquietud de las fronteras limítrofes por si el conflicto se expande, que viniendo este drama de donde viene, nada tendría de raro.