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Los de la OCDE y sus chistes malos. Ahora sueltan -y se quedan tan anchos- que la subida del Salario Mínimo Interprofesional desde 2018, que asciende al 47 %, es mala para el empleo. Especialmente para el de los jóvenes, apostillan. Sí, claro. Por supuesto. Porque lo más natural del mundo es que una persona joven cobre 720 euros al mes por trabajar cuarenta horas semanales, ¿verdad? Sea en el sector que sea, me da igual. Y subrayan que eso de pagarles 1.080 euros -que sigue siendo una vergonzosa basura- para ellos es la locura del despilfarro. Que los mandamases del mundo apoyen al empresariado me parece muy bien, al fin y al cabo son ellos los que generan el empleo privado. Pero ¿por qué no apoyan también a las personas?

Invitaría generosamente a cualquiera de ellos a intentar hacer algo en la vida con setecientos euros mensuales, que era el SMI del Partido Popular, organismo que también se destaca por su respaldo al empresariado español, en especial, por lo que se ve, al que resulta poco rentable o al explotador. Porque los sueldos por debajo de mil euros -yo diría de 1.500- son explotación. Pura y dura. Ellos lloran, claro. Lloran siempre, porque han comprobado mil veces que adoptar el papel de víctima les funciona muy bien. Pero por debajo de sus lágrimas de cocodrilo hay un sesenta por ciento de subida de los beneficios empresariales. No es que pagar bien a sus obreros ponga en riesgo la empresa, es que merma sus fabulosas ganancias. Y a eso están poco dispuestos. Sea cual sea el segmento de la empresa, seguro que depende de las ventas para sobrevivir y para crecer. Y esas ventas ¿de dónde viene? Del bolsillo de los consumidores, ¿verdad? Pues cuando están vacíos dejan de comprar. Así de simple. Salarios bajos, hambre para todos.