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Habiendo tal cantidad de patriotismos, todos cargados de razones y superioridades morales, quizá sea posible distinguir entre unos y otros mediante un extenuante esfuerzo de análisis histórico, pero en cambio, cuando se excitan al límite, la estética de todos los patriotismo es siempre la misma. Lo hemos comprobado una vez más estas últimas noches en Madrid, con las violentas manifestaciones de ultras españoles muy recalentados por líderes de la derecha y medios periodísticos de agitación, enarbolando banderas, destrozando mobiliario urbano, lanzando consignas y provocando incendios en su intento de atacar la sede del PSOE en la calle de Ferraz.

Intentaban impedir el golpe de Estado y la ilegal investidura de Pedro Sánchez con gritos, pedradas y hasta vivas a Franco, y aunque hacía tiempo que no veíamos una algarada franquista llena de jovencitos y jovencitas que jamás llegaron a conocerle, si quitabas el sonido de la tele (o si eres sordo como yo), podías creer que aún estabas en Barcelona en 2019, en las violentas noches de Via Laietana por las sentencias del ‘procés’. Idéntica puesta en escena, guerreros envueltos en banderas, ira largo tiempo incubada.

La estética patriótica nunca cambia, puesto que encuentra sus fuertes en el pasado, y aunque ahora nos hemos enterado de que los CDR catalanes eran terroristas, y estos ultras madrileños unos pacíficos manifestantes (cada patriotismo mima a sus valientes patriotas, y odia a los ajenos), la escenografía es siempre la misma. Incluso me atrevería a decir que el emergente patriotismo español (madrileño sería más exacto) de Ayuso y de Vox, que el PP contempla con cierta condescendencia (esos chicos revoltosos a los que Sánchez ha exasperado), como antaño hacía el PNV con la kale borroka, ha aprendido bastante de los detestados independentistas catalanes, mucho más dotados para la estética, el arte escénico y los faroles. Porque para el patriotismo exaltado, la estética lo es todo. Esto lo aprendí de pequeño, en un colegio de curas franquistas, y le cogí tal aborrecimiento a esa estética de banderas y lemas, que me curé para siempre de patriotismos. Por su estética, desde luego. No la trago. Es gas lacrimógeno.