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En la Casa Garriga Nogués de Barcelona se ha abierto un Museu de l’Art Prohibit del que lo primero que llama la atención es el mal gusto de algunas de las obras que en su día fueron censuradas o canceladas. Un Sadam Hussein flotando en agua con una soga al cuello, una imagen del rey emérito sodomizado, el dictador Franco en una máquina de coca-cola y varias representaciones burlescas de Cristo (entre ellas, el Cristo del pis) o de la virgen, junto a otras horrendas lindezas, algunas de las cuales quizás pueden tener valor.

La provocación en el arte, considerada como movimiento artístico, tiene ya más de cien años, por tanto lejos de ser innovadora es más bien una línea carcamal.    Con demasiada frecuencia algunos artistas, a menudo mediocres, recurren a ella para llamar la atención mediática y lograr que se hable de ellos, especialmente si buscan herir la sensibilidad de algún grupo de personas.

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Aunque el arte debe poder moverse en los márgenes del gusto, no hay que olvidar que el objetivo esencial de la libertad de expresión es garantizar la posibilidad de divulgar todas las ideas (mientras no promuevan el genocidio u otras vilezas) y la difusión de verdades que incomodan a algún poder.

En contra de la opinión hoy dominante, creo que las instituciones culturales, públicas y privadas, deben poder tener el derecho de responder en casos de obras de extremo mal gusto: «Mira nene/a esta mamarrachada la cuelgas en tu casa».

Especialmente ahora que los presuntos artistas de este tenor siempre podrán intentar colar sus cuelgues en el museo de los horrores de Tatxo Benet, para mayor gloria de la morbosidad.