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¿Cómo están queridos lectores? Espero que centrados, aunque sea mínimamente, para entender que es mejor eliminar los focos de estrés del trabajo, que hacer cursos de gestión del estrés. Es decir, es mejor evitar que nos sigan dando hostias, que ponernos pomada antiinflamatoria todos los días. No es por ser pejiguera, pero es que el orden de los factores tiene su importancia, ya sabemos, por ejemplo, «que cerveza y vino entran fino», pero en cambio «vino y cerveza dolor de cabeza». Parecen chorradas, pero no nos relajemos, que empezamos mezclando bebidas alcohólicas al tuntún y acabamos en una reunión de tierraplanistas, o votando algún fascista trasnochado y trepa que ha vivido siempre de chiringuito público en chiringuito público. Así que atentos por favor.

Estar centrado es importante, si no le damos un poquito a las neuronas, corremos el riesgo de parecernos a esos cayetanos que, mientras se toman unos finos en una terraza en pleno mes de enero a 27 grados, dicen que lo del cambio climático es un invento de rojos, independentistas y etarras. Centrarnos y darle a la manivela cerebral no nos hace los más listos de la clase, por suerte, pero nos evita convertirnos en uno de esos lumbreras que se tragan que Amancio Ortega es un filántropo, o lo que es mucho peor, que la cerveza caliente se puede beber.

Otro dato de lo poco que nos importan los demás: nos hacemos una media de ¡cuatrocientos cincuenta selfies al año!

Esto de la ‘concentración’ no es un tema baladí. Me encanta este adjetivo en desuso, como me encantan pamplinas, tarambana o cachivache. Palabras que se están yendo para que lleguen otras como marichulo, perreo o chunda-chunda. Y no pasa nada, porque el problema no está tanto en las palabras usadas, como en la pérdida de comunicación, porque todo el mundo habla, pero nadie calla para escuchar. Vivimos en un mundo de millones de podcast que nadie escucha. Todos pensamos que tenemos muchas cosas interesantes que decir, pero no a nuestra familia y amigos, sino a todo el mundo micrófono e Internet mediante.

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Tenemos    miedo al silencio, por eso soltamos una media de dieciséis mil palabras al día. Y nos aburre solemnemente lo que digan los demás, por eso treinta segundos hablando nosotros nos parecen tres segundos; pero treinta segundos hablando otro nos parecen tres minutos. Se ha demostrado que solo retenemos un veinticinco por ciento de lo que escuchamos y al cabo de unas horas olvidamos más de la mitad de lo retenido. Tenemos menos memoria que el millón y medio de votantes que respaldó a la lideresa de Madrid en las últimas elecciones, olvidando a los más de siete mil ancianos que dejó morir en las residencias. Mira tú, había que recordarlo.

Otro dato de lo poco que nos importan los demás: nos hacemos una media de ¡cuatrocientos cincuenta selfies al año! Y además, cuando estamos con un grupo de amigos y se hacen fotos con el móvil, lo primero que hacen muchas personas es zoom sobre su propia cara, que le den por saco a la montañita, al amigo del al lado o al edificio histórico que tengo detrás, lo importante es mi careto en alta definición y con los filtros que haga falta, si no la foto se repite. Como decía un viejo chiste argentino, si nos tiramos del ego nos matamos porque es enorme.

Toca callarse, ya hablé demasiado. Si tienen a bien usar su turno de réplica dejo mi email abajo como siempre. Prometo leer y responder. Menos a los que escriben con seudónimo sus comentarios en este mismo diario. Contra los problemas sexuales es mejor el chocolate negro que soltar sandeces parapetados en el anonimato. Lúpulo y feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com