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Tenemos una tendencia irreprimible a clasificarlo todo. Puede que eso nos ayude para no sentirnos confusos, pero también conlleva inconvenientes. Existen documentos clasificados o secretos. El desclasificador que los desclasifique, buen desclasificador será, aunque puede armarla gorda. Desde Assange a Villarejo, algunos se dedican a airear los trapos sucios. ¿Quién no tiene secretos hoy en día? El periodismo de calidad ayuda a desvelar lo oculto.

En toda competición hay una clasificación. Puestos de ascenso y de descenso. La lucha por las medallas. El deporte, desde el primer al último clasificado, no es distinto de la economía, la política o las bibliotecas. Sin clasificación reinaría el caos. Incluso con nuestras chapuceras e incompletas clasificaciones, ya reina bastante.

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Luego está lo de clasificar en el sentido de ordenar algo por clases. No sé si saben que lo de dividir a la gente entre izquierdas y derechas viene de la Revolución Francesa. Ya está bastante obsoleta pero, por inercia, se sigue usando. Ahora sería más realista la clasificación entre la élite y el resto. La élite puede contener gente de derechas, de izquierdas o de centro. Son los que tienen el dinero, el poder y la gloria. El resto somos los pringaos, la masa, el pueblo llano, de la clase media para abajo y algunos inclasificables. La élite manipula al resto y lo utiliza para sus fines.

Y como miembro del resto, no me resta nada más que añadir.