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Nada menos que 7.000 lenguas se hablan en todo el mundo. Si preguntamos a alguien ¿cuál es la lengua que más quieres?, todos dirán que la suya, la que le enseñaron sus padres y sus abuelos. Estas 7.000 lenguas se hablaron sin interferencias durante siglos. Hasta que los habitantes de esa tierra decidieron viajar, a otros lugares y, en esos lugares se hablaba otra lengua que no era la suya. ¿Cómo se entendían los primeros viajeros? A través de la mirada y de la sonrisa. Porque la sonrisa es la mejor de las lenguas, al igual que la música. La música es el lenguaje universal. Con solo siete signos musicales, tanto los chinos, como los japoneses, como los ingleses o franceses… son capaces de interpretar al unísono todas las sinfonías de Beethoven.

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Los jesuitas en los territorios de misiones bolivianas al ver que ninguno de los nativos les entendía, les enseñaron música, y los jóvenes y mayores, aprendieron a tocar instrumentos y a cantar. Actualmente en todas las universidades americanas se enseña música, porque la música es un lenguaje hecho arte, y expresa, según Aristóteles, ‘los movimientos del alma’. Nunca hay que perder la serenidad y la paz cuando se habla de lenguas. Lo más sagrado que tenemos los humanos es la libertad, por lo tanto, no hay que obligar a nadie, y mucho menos a los políticos, a aprender idiomas. Sin embargo, hay que querer nuestra propia lengua con sus peculiaridades. Las lenguas no son uniformes. Que cada pueblo mantenga las variantes idiomáticas que nos identifican con el lugar en el que hemos nacido. Nunca hay que enemistarse con nadie por motivos idiomáticos, y si esto sucede, antes, mucho antes… ¡que suene la música!