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¿Cómo están, queridos lectores? Espero que con los ojos bien abiertos para leer la sorprendente historia que conecta a Menorca con Alburquerque. Antes de empezar, una advertencia: todo parecido de este relato con la realidad es pura coincidencia, o no, o juzguen ustedes mismos.

Corría el año 1999, la peseta dio paso al euro, la presidenta de la comunidad que incluye a la capital del reino y que dejó morir a 7.291 ancianos, mientras chapotea en nauseabunda corrupción, tenía 21 años y a la isla de Menorca llegaba el matemático Gonzalo Puntilla contratado por el claustro del Colegio Público Sobrasada y Pastisset para sustituir temporalmente al profesor titular Jordi Ecuaciones Triay, que se había roto una pierna porque una paret seca se le vino encima cuando folgaba alegremente con la esposa del alcalde.

El señor Puntilla alquiló un habitación en una casa de huéspedes situada cerca del Molí de Baix de Sant Lluís que estaba regentada por Mari Recepciones Churras, un menorquina hija de extremeños que llegó a la isla con pocos meses de vida y un chupete con forma de bellota regalo de su abuela materna.

Su íntima relación creció muy rápido. A ambos les encantaba la fabada, ergo ambos eran unos grandes productores de gases letales que soltaban alegremente delante de sus amigos, motivo por el cual se fueron quedando solos y se entregaron el uno a la otra. Ambos eran extremadamente caóticos y se pasaban la vida buscando su cartera, o su ropa. Ambos estaban cansados de sus trabajos, uno de enseñar a sumar a niños que en un futuro solo restarían y la otra de aguantar a cansinos clientes que cada vez eran más arrogantes, sobre todo los llamados Cayetanos.

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ANIMADOS POR LA INGESTA de pomada decidieron abandonar su anodina vida para empezar otra llena de aventuras y glamur. Contrataron a Jordi Documentos, que vivía al pie de Monte Toro y era uno de los mejores falsificadores del Estado y salieron de la isla con unos flamantes pasaportes nuevos. Llegaron a Nueva York el mismo día que la becaria Mónica y el presidente Clinton protagonizaban una turbia historia de sexo oral en el despacho Oval. El agente de aduanas José Pancho Smith, de padre mexicano y madre de Wisconsin, no les puso ningún problema cuando vio sus flamantes nuevos pasaportes: Jimmy Susurros, comercial de aceite de origen siciliano y Mary Manchitas, criadora de tulipanes procedente de Holanda.

Cuentan las leyendas que vivieron increíbles aventuras atracando gasolineras de costa a costa del país del Tío Sam para vengarse del capitalismo, como una especie de Bonnie y Clyde de Hacendado. En el 2022 se les perdió la pista mientras huían de un cártel del aguacate de la Baja California.

Hace unas semanas llegó a la sede del Consell un paquete que contenía una lata de Smint -¿Jimmy dejó de fumar?- y una sudadera amarilla llena de manchas -la prenda favorita de Mary-, con una breve nota: «Entierren estos objetos con un par de cervezas Grahame Pearce en la playa de Sa Mesquida». Ayer mismo se supo que ambos fallecieron en Alburquerque, cerca del Gran Cañón, Jimmy Susurros haciendo parapente y Mary Manchitas grabando un video para Tiktok  mientras perreaba al borde del acantilado.

De toda esta historia debemos quedarnos con lo más importante: que una señora que chapotea en corrupción y deja morir a 7.291 ancianos es aclamada por millones de personas, lamentable. Es cierto que me puedo despistar mucho, e incluso irme por las ramas más de lo necesario, pero no olvido. Lúpulo y feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com