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Han transcurrido casi dos semanas desde que una lancha tripulada por siete personas se hundiera frente a la costa de Sa Mesquida con el desenlace fatal que supuso la muerte del patrón, un profesional de 60 años, que manejaba la embarcación de alquiler.

El angustioso episodio pudo desencadenar una catástrofe mucho mayor si consideramos que entre los ocupantes había dos menores de edad. Todos tuvieron que aguardar en la mar brava con chalecos salvavidas y bajas temperaturas durante, al menos, 45 minutos, por el hundimiento de la lancha, sufriendo procesos de hipotermia de los que se recuperaron en el hospital.

El suceso ocurrió relativamente cerca de Maó, apenas a una milla de la costa, si bien es cierto que en el momento del siniestro había rachas de viento de 30 nudos que de entrada ya cuestionarían la oportunidad del alquiler de la embarcación.

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A la espera de la investigación de la Policía Judicial de la Guardia Civil y de sus especialistas que han de sumergirse a 40 metros de profundidad para comprobar si la lancha sufrió una vía de agua, hay evidencias que merecen reflexión y denuncia.

Salvamento Marítimo completó el rescate ajustándose a los tiempos de respuesta que implica movilizar su embarcación salvamar desde el puerto de Maó, y el helicóptero Helimer 220, volando desde su base en Son Sant Joan, pero no bastó.

El fallecimiento del patrón, sufriera o no una indisposición anterior que afectara a su organismo, debería provocar un punto de inflexión en los servicios de emergencias de la Isla como en la coordinación de recursos. Una urgencia extrema como la de Sa Mesquida, tan cerca del puerto de Maó y de la costa, ha de tener una respuesta mucho más ágil que la que tuvo. Resulta incomprensible, por ejemplo, que Menorca no tenga un servicio marítimo fijo de laGuardia Civil con una motora y dos agentes disponibles en todo momento. Hace unos años lo tenía en julio y agosto.Ahora, ni eso.