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Es como si otro «Prestige» hubiera naufragado entre la clase política a tenor de cómo se dirigen la palabra nuestros políticos que ni de lejos se les ha votado para embarrar sus debates. Fíjense, el señor Feijóo ha dicho hace unos días «la clase política es la peor en los últimos 45 años». Esa verdad, señor Feijóo, le honra. La periodista Virginia Martínez apuntilló: «¿incluye ahí al Partido Popular?». Por supuesto, dijo Feijoo, no estoy haciendo salvedades.

No se me olvida aquel día que Labordeta desde la tribuna de oradores mandó a la mierda a unas señorías que desde sus escaños le increpaban echando mano de su absoluta orfandad en la más elemental educación parlamentaria.

Todos hemos visto cómo la derecha más recalcitrante ha tratado al actual presidente del gobierno, llegando a las más violentas descalificaciones, impropias por supuesto para dirigírselas a cualquiera de los presidentes anteriores.

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Bajo el paraguas parlamentario hay quienes creen que les da brillo y oropel político decir las barbaridades que dicen cuando realmente les señalan como pobres lenguaraces revolcándose en el chapapote de su mezquina y miserable orfandad de una prosodia por lo menos digna, aunque no sea acertada.

El «Prestige» del chapapote oral ha naufragado en los escaños del parlamento y el senado y lo que empuerca su oratoria no son simples «hilillos de plastilina» que diría Rajoy. Yo diría que son un tsunami a chorro que lo invade todo dejando rebosando de chapapote lo que debe ser la belleza en el decir de un buen orador/a que defienda una acción política desde la    exigible educación que a todo político se le supone y que desde la parcela del votante se les debe de exigir. Y si no son capaces de comportarse, lo mejor que pueden hacer es entregar sus credenciales, liberando así al confundido votante que no sabía lo que hacía cuando les hizo señorías del Senado o del Congreso. Cuando el político se acostumbra a rebozarse en el infecto chapapote de la descalificación, pierde las formas y con ello el respeto que el votante debe de sentir hacia quien aupó a las más altas, cómodas y bien remuneradas esferas con su voto. Torpe forma de degradar el importante oficio de la política con unos cuantos políticos/as lenguaraces. Cuando un político lanza su «vómito» de odio hacia la formación contraria, quien le contesta se ve legitimado a conducirse por la misma trocha mientras que al sorprendido votante, el rifirrafe solo le produce perplejidad e impotencia al ver que lo que realmente interesa se queda sin sustanciar.

Políticos los hay de muy distinta, cuando no distante, condición. Algunos madrugan para ir a ordeñar sus vacas y segar el forraje para darles de comer en el día a día, incluso aunque sea el día de Navidad. Con ese madrugón de todos los días, principia una apretada y dura jornada. El trabajo político vendrá cuando se pueda mientras que los del chapapote verbal encuentran sobre la mesa la vaca ordeñada. No crean por eso que el político de poltrona y buen sueldo es mejor que aquel que ordeña sus vacas. ¡Qué va, qué va! La barda que separa a ambos políticos la da el lugar dónde se ha nacido, que para el de la vaca es el agro español. El político que encuentra la leche sobre la mesa debería pensar que para que eso sea así otro político con menos suerte en la vida ha tenido que madrugar. En otras ocasiones no es el lodazal de la palabra lo único lamentable, pues ahí están las risotadas, los gestos de patio de colegio, el aplauso por inercia sin ninguna razón que lo justifique pero sobre todo esas risas absurdas. Ya se lo dijo un día Pilar Manjón… ¿pero de qué se ríen?   

(El «Prestige» del chapapote gallego, amén de otras costas españolas, zozobró en un barco un miércoles 13 de noviembre de 2003 al mando del capitán Apostolos Mangouras).