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La carta del presidente del Gobierno se me antojó como una prosa melosa que para nada tenía que ver con el amor. Me venían a la cabeza las imágenes de una de las últimas escenas de la película de Mervyn LeRoy, «Quo Vadis?» cuando Nerón, viendo que perdía el apoyo del pueblo, montó un espectáculo popular. Lloró su pena por la situación y recogió sus lágrimas.

Escuchar la proclama de que apoyar a Sánchez es apoyar la democracia, es tratarnos como necios. La democracia no está en peligro por esta situación de fuego cruzado en la batalla dialéctica y de persecuciones personales. Pero sí es cierto que Sánchez, en esa relación adictiva que tiene consigo mismo y con el poder, ha puesto en peligro la separación de poderes, las instituciones y el modelo de España.

El asalto de Sánchez a las instituciones ya se ha cobrado 25 entidades públicas, que están lideradas por personas afines al PSOE. Hispasat, Indra, Red Eléctrica, Renfe, CIS, AENA, SEPE, Fábrica de Moneda y Timbre, Loterías y Apuestas del Estado, CSIC, Agencia EFE, Hipódromo de la Zarzuela, Correos, RTVE… son algunas de ellas.

Y confiesa el presidente del Gobierno en sede parlamentaria, antes de salir para escribir esa carta melosa, que cree en la justicia y en la separación de poderes, cuando él ha purgado a los miembros más críticos del Consejo de Estado y ha logrado garantizar una mayoría socialista. En el Tribunal Constitucional ha conseguido tener 7 miembros de «su cuerda», contra 4, contando con el exministro socialista J. C. Campo y Cándido Conde-Pumpido, fiscal general del Estado con Zapatero, al tiempo que el Tribunal de Cuentas dispone de una mayoría progubernamental. En la Fiscalía General del Estado colocó a su exministra, Dolores Delgado, a la cabeza y la ha sustituido otro socialista histórico, Álvaro García Ortiz, al que los propios fiscales le valoran como un hombre de perfil bajísimo condenado en el Tribunal Supremo por desviación de poder.

Mención aparte merece el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que lleva con su mandato prolongado desde finales de 2018 y para el que Pedro Sánchez se niega a negociar un acuerdo para despolitizarlo, a la vez que culpa al PP de la precaria situación que sufre el órgano de gobierno de los jueces.

Con toda esta trama de desfachatez antidemocrática, Sánchez se permite enfadarse y declarar su «terrible» sufrimiento como hombre enamorado. Mejor debería estar preocupado por la extorsión y la tiranía de los independentistas, algo que acepta de buen grado con tal de seguir en el poder, aun a precio de haber creado una España tan dividida.

Los mismos que se dan golpes de pecho por el acoso a la esposa del presidente y consideran que no se puede meter a las familias en el pulso del debate político, son los que acusaron al hermano de Ayuso y que, aun quedando absuelto, siguen acusándolo en sede parlamentaria. O como la vicepresidenta Montero, que en el mismo hemiciclo dijo cosas que no eran ciertas sobre la mujer del presidente de la oposición y nunca rectificó. Por cierto, ya nos hemos olvidado de los escraches a Soraya Sáenz de Santamaría cuando el PSOE asediaba al gobierno de Rajoy.

El presidente y sus ministros se dan cuenta ahora de la situación irrespirable y de fango que han creado (quizá por haber decidido construir un muro contra la derecha),    pero ¿qué ministro ha sido capaz de negarse al contraataque y no utilizar los temas personales en cada declaración pública? Si eso hubiese sido así, personalmente me sumaría a arrullar al señor Sánchez. Pero nada más lejos de la realidad. «Van a salir más cosas», amenazó el presidente al jefe de la oposición en una sesión parlamentaria. Pero ahora se zafa en el dolor que le infligen a él.

Y llegando a este punto, he de mencionar el proverbio español: «La mujer del César además de ser honesta, debe parecerlo». Su presencia en reuniones con personas que hoy sabemos que mantenían una presunta trama delictiva, no es un bulo y debe estudiarse dentro del caso por los jueces, como también debe ponerse orden en la irregular situación del hermano del presidente que ha llegado a ocupar un puesto directivo de libre designación en la Diputación de Badajoz y, sin embargo, vive y tributa en Portugal. Es cierto que el país luso no es un paraíso fiscal, como defiende el presidente de la Diputación, pero sí tiene un régimen especial beneficioso, más allá de la enojosa situación de que un sueldo público español no esté tributando en suelo español.

Las instituciones europeas están descolocadas, y comparan este sainete al que ya protagonizó en su día Cristina Fernández de Kirchner.

Finalmente el lunes, en una comparecencia sin preguntas, al más puro estilo cesariano, el presidente confirmó que no se iba, pero nos advirtió que nada será igual. Sin aclarar las acusaciones a su mujer que también ponen el foco en cartas de recomendación en negocios que lograron un buen cierre,    echó balones fuera diciendo que la culpa es de una sociedad machista que quiere que las mujeres vuelvan a casa y no desarrollen su profesión. Ojiplática me quedé.

Asegura el presidente que no se puede ir, que ha sido disuadido al ver cómo el país se levantaba para apoyarle en una movilización masiva ¡Doce mil personas! gritando consignas bélicas del 36 , fue esa «movilización masiva» y democrática, frente a los 200.000 que estuvieron contra él y su decisión de la ley de la amnistía en noviembre del 22 y 170.000 en noviembre del 23 (ambos son datos de Delegación del Gobierno).

Visto lo visto, hay que reconocer la capacidad de Sánchez para la manipulación. Ha organizado una operación política calculada que nos lleva a la persecución de periodistas y jueces para conseguir un debate político de lo que él quiera.

Estos días he observado de forma especial a los viandantes. Idas y venidas apresuradas, agobiadas, algunas tristes, que lo que necesitan del que nos gobierna es honestidad, firmeza y trabajo en pos de mejorar nuestras vidas, no lamentaciones que constituyen una estrategia personal de caudillismo y huida hacia adelante. ¡El puto amo! como lo catalogan sus propios ministros. Con esto está todo dicho.