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-¿Has oído lo del hermano del presidente, lo de su patrimonio, lo de su residencia fiscal en Portugal?
-No, en el telediario no han dicho nada. Seguro que es un bulo de los pseudo medios fascistas de derecha y ultraderecha, el fango en definitiva.
-Y ¿qué piensas de lo de la mujer del presidente?
- Bulos de la derecha y la ultraderecha alentados por los pseudo medios fascistas.
- Yo intuyo que al final, las cosas poco estéticas y nada éticas que ha estado haciendo la esposa de Sánchez no resultarán constitutivas de delito a ojos de la justicia: es muy difícil probar la relación causa/efecto en temas de tráfico de influencias, y me fastidia porque, aunque no sea legalmente punible, es más que probable que los dineros que se han movido en esas turbias operaciones hayan salido de nuestros bolsillos. ¿A ti eso no te molesta?
- Fango de la derecha y la extrema derecha, de los pseudo medios fascistas, creando bulos.
- Oye, creo que me voy a hacer de tu secta, parece sensata y divertida.
Escuchaba yo esta animada conversación entre dos paisanos con un vermut a medio acabar, sentado en una terraza soleada, cuando pasó a mi lado un tipo parecidísimo (finalmente resultó no ser él) a… Rufián. Si, muy parecido a esa criatura dedicada en cuerpo y alma a la política, que prometió quedarse únicamente por ocho meses en una de las butacas del hemiciclo, se despistó un poco y lleva desde 2016 disfrutando de la envidiable calidad de vida (que Dios conserve muchos años) que proporciona esa jugosa encomienda.

Este buen hombre, a quien de pequeño -según confesión propia- llamaban despectivamente «charnego» sus patrióticos compañeros de pura raza, habrá cobrado desde entonces unos cuantos cientos de miles de euros en concepto de sueldo, dietas etc. Pongámoslo de esta forma: el monto total de los impuestos pagados por un buen número de individuos de toda condición han ido a parar a este apuesto joven. Nosotros entonces hemos hecho algo bueno por él, hemos financiado su envidiable nivel de vida.

Tengo la desagradable impresión de que a cambio no hemos recibido gran cosa. En lo que a mí atañe no se me ocurre ningún capítulo en que ese brillante (aunque algo sobrado) orador haya mejorado mi vida.

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Me perdone Rufián por ponerle de ejemplo (cúlpese de ello al pavo tan parecido que se cruzó conmigo en aquella terraza) pero desde luego no es el único que se adapta a mi sensación de que hay desequilibrio: me costaría encontrar en todo el hemiciclo algún ser que haya mejorado mi vida de manera equivalente (siquiera aproximada) a lo que yo he contribuido a mejorar la suya.

Entiéndanme: a hablar no le hacen ascos. Los más mienten incluso más que hablan. Dedicación en este aspecto no les falta. De hecho sus disputas serían un espectáculo divertido si no fuera porque son demasiados y cuestan una pasta gansa (sin contar con las averías que nos producen cuando se entregan al vicio de robarnos).

El caso es que su aporte a nuestra felicidad es tan escaso que no les echaríamos de menos si cesaran en bloque. Parece ser que su cometido es apretar el botón que le indica su jefe y parir leyes, resultando que en demasiadas ocasiones son éstas escandalosamente fallidas: cualquiera puede ocupar tu casa impunemente y le tienes que pagar la luz, un chorizo puede ser detenido cuarenta veces y le sueltan para que vuelva a delinquir al día siguiente, un violador lo tiene mejor ahora que hace unos años, un malversador puede ser indultado, un sujeto de partido puede ser fiscal del estado, un político puede mentir ochenta veces en cosas muy relevantes y no pagar ninguna consecuencia por ello etc.

Ahora vienen las elecciones europeas. A nosotros nos toca decidir si seguimos apoyando a esos partidos (no encuentro excepciones) que viven a nuestra costa y se burlan de nosotros, o castigar su descaro, sus promesas incumplidas, su corrupción alterna, sus injustificados privilegios, su desfachatez, sus bulos, su fango, su incompetencia, votando a nuevas formaciones, de quienes no dudo que serán tentados con fuerza a caer en los mismos vicios, pero que quizás merezcan una oportunidad.