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Lo llaman el Andy Warhol japonés. Pinta de neoyorquino no tiene -su mirada rasgada lo delata-, pero su arte salpica tintes warholianos a diestro y siniestro.

Takashi Murakami está de moda. Su obra se instala en Versalles como si tal cosa, y pega tan poco como los cuadros y las rayas a la hora de vestir.

Lo suyo es la estética manga y el pop-art. Imagínense qué dolor para la vista tiene que ser entrar en un palacio de recargado estilo de la época y encontrarte esculturas con orejas de conejo.

La muestra no llega exenta de polémica. No es para menos. En las antiguas dependencias de Luis XIV residen ahora los primos hermanos de Pokémon o Doraemon. Cuentan los medios que los turistas no salen de su asombro. El asalto del pop manga a la Corte ha generado más odio que simpatía. La controversia no es insólita. Más de lo mismo. Arte tradicional contra la estampa más futurista del lienzo y el volumen. Si el Rey Sol levantara la cabeza, Takashi Murakami habría acabado en la guillotina, por visionario...