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Despojo mis pies de zapatos y calcetines para que marchen desnudos por la húmeda arena rojiza que inunda amorosamente el lugar en que tierra y mar se tantean. El sol luce inmenso y del vapor de las gélidas aguas emana un dulce sabor a sal que impregna las imperfecciones de mi rostro.

Avanzo sinuosamente entre los trazos que dejan las olas al besar la arena. Trato de contener la silueta de la discordia infinita entre los elementos, pero no puedo. Me invade el desorden, la incertidumbre de la mente en blanco y de la mente en rojo, en negro y en azul. Nada llega a concretarse, nada en absoluto. Las ideas vagan entre neuronas, latidos de corazón y movimientos peristálticos hasta que consigo que el sonido de mis entrañas se diluya con el son pacífico del diálogo litoral.

Intento progresar, pero el sol ciega impidiendo esbozar un único destino y es por eso que erro de un lugar a otro esta fría mañana de domingo. No me detengo. O quizá debería hacerlo.

Decido sentarme y esperar. Esperar a que nada me invada, que nada me roce, que nada me proteja. Suplico al ponto que haga desaparecer mi rastro con su vaivén y observo como todo aquello que fui se desvanece. Siento el silencio en mis venas, me recorre el vacío.

Noto las fibras de mis músculos pidiendo permiso para sosegarse. Lo consiguen, sin mí. Ya no soy actuante de esta narración. Soy el medio que la genera, pero yo ya no estoy. Y así, sin mí, pasan las letras, los verbos y los pronombres, los sustantivos con sus artículos y adjetivos, construyendo sujetos que no existen y predicados que nunca quisieron encontrarse.

El reflejo de los cuadros que siempre he querido pintar desaparece dolorosamente. Se van de mí los lienzos de la ilusión, del libre albedrío, de la paz encontrada entre sábanas. Evoco la fuerza, pero no viene…. Prefiere guardar distante aquello que algún día viviré sin necesitarla.

Sigo sentada observando como todo se desvanece, no abrazo nada, no adoro a nadie. Recojo la ausencia, la flor que no se marchita. Sin forma, sin olor, sin color la guardo en el abismo que quedó entre el dolor y el debate que persiste.

Y respiro, respiro y vuelvo a respirar, y otra vez respiro, y el aire que me penetra perfila algo parecido a lo que creo ser y yo me desintegro. Se agota el éxito, la comprensión, el deseo, el conocimiento, los idiomas que hablo y los que escribo, las sonrisas que he visto y los llantos que he sufrido. No entiendo nada, ni quiero entenderlo, todo se extingue.

Así, sin nada, me levanto y empiezo a pasear acompañando a la duda, clamando respeto, invocando comprensión y sobretodo invitando a un diálogo definitivo que detenga las hostilidades a ambos lados de todas las orillas. Espero paciente que pare la lucha, que exista el perdón y que se construyan los verdaderos finales de las confrontaciones armadas.