Assumpta Pons, Claudio Constantini, Mireia Peñarroja y Joan Taltavull.    | FERNANDO SANJUÁN

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Y como si de un tango se tratara, las emociones y las vivencias emergieron como una luz    rutilante; la reconocible sensación de que acaba una brillante etapa no nubla la certeza de  que los cimientos ya solidificados perdurarán sin ninguna duda. Vuelve a estar lleno el  teatro del Orfeó Maonès, como ha sido habitual a lo largo de los conciertos acogidos  durante el festival.

El ambiente de júbilo se capta de inmediato y el gusanillo previo al espectáculo se extiende    en un fluido mezzopiano-mezzoforte que contribuye a la conexión comunal. La expectativa    por fin llega a su fin y el fundido a negro y la posterior iluminación centran nuestra atención    en Lluís Sintes, el cual comunicó al respetable y a los socios allí presentes que dejaba la  presidencia de JJMM de Maó tras cinco años de compromiso, pasión y buenas ideas, complementada sabiamente con la elección de un buen equipo. Tras una presentación  detallada y fluida sobre el espectáculo que corona esta XLVIII edición del Festival de Música de Maó, llegó el momento de dejarse llevar y disfrutar del embrujo hechizante del tango porteño y de arrabal; los delitos piadosos y los grandes escarnios quedan reflejados en una música visceral pero dotada de una gran estructura formal.

Sobre las tablas cuatro artistas: Assumpta Pons al violín, Mireya Peñarroja al cello, Claudio    Constantini al piano y bandoneón, y JoanTaltavull ejerciendo de narrador de la vida y    anécdotas del primer Piazzola y como reflejo emocional del mismo en la segunda parte de    la función a través del baile. Todos ellos fueron capaces de dibujar un contorno claro de las    pinceladas vitales que nos dieron la posibilidad de crear nuestra propia experiencia guiada.  Musicalmente, el programa se dividió en dos partes; la primera más ligera acompañó el  devenir de los primeros años de la historia de Piazzola a través de retazos de Mores, Bach,  Gershwin y Gardel, mientras que tras su vuelta a Argentina, la música de Ginastera y el  propio compositor fueron las que nos adentraron en el siguiente nivel de profundidad  emocional.

Así pues descubrimos los contactos con el Jazz y el Barroco, la casualidad de vivir enfrente de uno de los mejores alumnos de Rachmaninov en New York, el cual sería su primer  profesor de piano, la pasión por descubrir su verdadera esencia con la ayuda de Margarita Boulanger (una de las mejores pedagogas musicales del siglo XX) a través del tango y sus    amistades con grandes figuras como Gardel o Ginastera; todas ellas decisiones o vivencias    que definieron el camino inexorablemente.

Como hemos comentado con anterioridad, la primera parte más sutil y narrativa, lució a  través del juego timbrado de los intérpretes que transmitieron al público el proceso de    crecimiento del compositor argentino. El violín firme y racial; el cello sonoro y profundo; y, el piano lleno y empático fueron los artífices del citado desarrollo que fue completado con  maestría por Claudio en su instrumento. El sonido que consiguió sacar al bandoneón    cautivó a todos de manera instantánea, ya que pude notar in situ la tensión vibracional que  se creó en el patio de butacas; sin duda una de las partes destacadas del espectáculo.  Entrando de lleno en los platos fuertes de la velada, «La dama donosa» de Alberto Ginastera y   las «Estaciones Porteñas» y «Libertango» de Astor Piazzola lucieron con aplomo y naturalidad a    través de los cambios de tiempo, de las figuraciones rítmicas, de los cuidados matices y la  diferenciación de ataques, todo ello complementado con una coreografía de danza bien    estructurada y creíble. Y así, transportados por los efluvios teñidos de magia, el concierto  concluyó con una gran salva de aplausos que duró lo suficiente como para hacer salir a los artistas varias veces a recibir el calor del público.

Y antes del bis, la sorpresa de la noche, el guiño de los compañeros de andadura de Lluís en    estos cinco años quisieron agradecer delante de los socios y los melómanos en general la    gran labor realizada y el estatus en el que queda la entidad. Sonrisas y casi alguna lágrima    acompañaron este emotivo momento que pone fin a una etapa, sin duda, fecunda gracias al    trabajo realizado.

Gracias a JJMM de Maó por acercar la música en su multiplicidad de versiones a nuestro    pequeño paraíso y haber podido disfrutar de grandes artistas sin movernos de casa. Ha sido    un placer acompañaros en este viaje, me despido parafraseando a un buen amigo mío (Chico): «La música hay que vivirla». Saludos y… bendita música.