La escritora ha visto publicada su tercera novela durante su estancia en Madrid, donde estuvo firmando ejemplares en la Feria del Libro. | M.A.R.

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Tras la buena acogida de «Cuadernos perdidos de Japón» (Candaya, 2021) que, por cierto, este 2 de junio se acaba de traducir al francés, Patricia Almarcegui (Zaragoza, 1969) vuelve a la novela con «Las vidas que no viví» (Ed. Candaya). Es una historia sobre dos mujeres que se encuentran en Menorca, y que permite abordar temas como las migraciones y los éxodos, las relaciones afectivas y familiares, el papel de la mujer o la corporalidad del embarazo, el aborto o la sexualidad.

En esta, su tercera novela, que prevé presentar en Menorca en julio, la autora parte de una serie de entrevistas a mujeres, que le sirven para construir una trama «fragmentada», que demuestra que existen más similitudes de las que se pueden imaginar entre mujeres de distintos rincones del planeta.

¿La novela tiene su origen en entrevistas a mujeres?
—Sí. Parte de treinta entrevistas que empecé hace cinco años, a mujeres de distintos lugares del mundo, a las que les hacía más o menos las mismas preguntas. Luego, elaboré un manuscrito, y luego otro, y finalmente ha quedado esta novela que, buena parte, transcurre en Menorca. Una de las claves ha sido decidir que una de las protagonistas sea de Menorca, donde llevo viviendo diez años.

¿Por qué?
—Sabía que provocaría una determinada voz en mí, como escritora. Pensaba que el lugar donde vives y que amas, que ha sido lugar de mis emociones y experiencias, iba a sacar otra voz mía, como así ha sido.

La obra pasa por la Isla, pero también por Irán.
—Son los lugares que más quiero, los dos lugares de los últimos catorce años. A Irán viajo prácticamente cada año, desde 2005, y viví allí en 2014.

¿Quién es Anna?
—Es la protagonista menorquina, tiene 35 años y tiene que marcharse a Barcelona a estudiar. Luego vuelve y se encuentra con las dificultades que hay ahora, para encontrar trabajo, vivienda. Al mismo tiempo, se encuentra con una mujer, que recoge una parte de esas treinta entrevistas, que es iraní, tiene 75 años y llega a Menorca por otras razones. A partir de ellas, vamos a conocer las vidas de las dos, lo que han sufrido y lo que van a pasar, y hay otra voz, que es la propia de la Isla y de Irán.

¿Cómo introduce estos lugares?
—Hablo de acontecimientos históricos que han pasado en la Isla y en Irán. Las dos van hablando y se entrecruzan con esta voz que cuenta cosas olvidadas y que han sucedido, y que muchas veces se han tenido que enfrentar a ellas y han condicionado sus vidas.

¿Por qué «Las vidas que no viví»?
—Tiene que ver con las vidas que uno se va construyendo mientras vive, tomando decisiones. Y el derecho a olvidar las decisiones que tomamos. Esas mujeres hablan de jardines, de huertos, de historia, de embarazos, abortos, dificultades, de Irán, de Menorca. Es una escritura fragmentaria, con fragmentos, desentrañando la historia y la familia de estas dos ‘personajas’.

¿Por qué opta por una narración fragmentada?
—Como escritora, me da la posibilidad de trabajar el lenguaje y el concepto de intensidad y con una voz casi poética. Cuanto más pequeño es el texto, más puedo elegir la palabra que quiero poner, la imagen que quiero crear, el color, porque es una novela llena de imágenes y de colores, de metáforas, de flores, jardines, de naufragios, también.

¿Cuán importante es la Isla?
—Es muy importante. Quería trabajar los conceptos de voz y de intensidad en la escritura, aunque sólo sea poética. Por eso las protagonistas hablan en primera persona y he seleccionado momentos históricos de la Isla de enorme potencia y muy literarios. Todo, como si fueran microrrelatos, trabajando la intensidad, en una Isla que se está enfrentando a una serie de problemas, igual que Irán. Menorca está en toda la obra, con su presente, con las dificultades que hay, la gentrificación de alto poder adquisitivo que se está produciendo, todo lo que se está vendiendo en el campo y que le parece baratísimo a la gente de fuera, mientras que para los que vivimos aquí es insufrible, porque no encuentras nada. Lo trato desde el punto de vista de la ficción, con estas dos mujeres que acaban ocupando un hotel. Por otro lado, tiene que ver con lo que se llama liternatura, hablo de la naturaleza de Menorca, de lo que hay que conservar, lo que no, cómo hacer un jardín en medio de la crisis climática.

¿Cómo utiliza las entrevistas?
—Han quedado pocas cosas, pero es el material con el que empecé a trabajar. Siempre preguntaba momentos de su vida en los cuales se habían sentido en inferioridad de condiciones, en el trabajo, respecto a la familia, en relaciones sentimentales. Imagina lo que te puede contar, ahora, una mujer menorquina de 75 años, de su educación, lo que ha trabajado. De todo eso han quedado dos historias de mucha potencia y es como si, durante la escritura, hubiera tenido siempre en el oído las voces de ellas, contándome lo que han sido esas vidas. Por otro lado, es una historia de migraciones, trabajo por las migraciones que pasan por la Isla, las iraníes que han pasado por Balears.

¿Qué similitudes ha encontrado entre las mujeres entrevistadas? ¿Se parecen más de lo que creemos, siendo de lugares tan dispares?
—Sí, sí, los problemas son muy parecidos para todas. Ha sido una manera de ver el mundo y los países a través de ellas. Las similitudes son bestiales, por eso viajamos, para reconocernos en las otras. Hay muchos temas en común, las decisiones respecto a la maternidad, de ser madre, o no, con o sin pareja, con o sin familia, si abortar, o no.

Es contar cómo es la vida y las dificultades, en función del lugar donde uno está.
—Los lugares nos hacen y construyen las historias. Tal y como avanzamos, en 2024 y 2025 nos vamos a dar más cuenta. Los relatos surgen en torno a un lugar y las voces surgen porque se han creado allí.