TW
0

"En mis 33 años de vida estuve siempre en Madrid. Sólo salgo un mes al año para ir a Menorca. Será una experiencia". Esta frase, pronunciada por Raúl González Blanco el lunes a mediodía, cuando medio mundo estaba pendiente de su adiós al Real Madrid para emprender una nueva aventura futbolística, evidencia sin hipérboles ni chovinismos cuál es la relación que existe entre la ya leyenda blanca y la isla que le acoge durante buena parte del periodo estival.
La exitosa carrera del ariete y su presencia en Menorca han andado en paralelo. Aterrizó por primera vez en la Isla como una promesa, como un joven tierno y campechano con ganas de pasarlo bien y conocer la noche insular. Son Bou era su campamento base. Con su trayectoria futbolística creció su familia, llegó Mamen, tuvo cinco hijos, y al mismo tiempo su relación con Menorca se fue asentado, cambiando, localizándose sobre todo en Sant Lluís, donde ha adquirido ya dos propiedades nada modestas. Primero Son Figueres, en 2003, que cambió al cabo de cuatro años por Rafaletó.

Y ha sido en Sant Lluís, en las playas de la costa sur, donde ha madurado una de las decisiones más complejas de su carrera: dejar el Real Madrid. Su destino es Alemania o Inglaterra, precisamente los emisores turísticos más importantes del Archipiélago. Quizá sea una casualidad.

Entre medias, Raúl ha mantenido con la Isla y los menorquines una relación parca, cordial, amable, sin episodios de grandeza ni excesiva fraternidad para la galería. De declaraciones, nada. O casi nada. Apariciones pocas.
Concendió una entrevista al "Menorca" en julio de 1995, su primer verano en la Isla como futbolista conocido. Estuvo aquí junto a Álvaro Benito, su entonces compañero y ahora cantante de cierto éxito por obra y gracia de una rodilla maltrecha. Entonces, cuando fue preguntado por sus expectativas de permanencia en el Real Madrid, Raúl respondió: "La vida de un futbolista puede cambiar pero si por mí fuera me quedaría hasta 2010". Entonces era una manera de hablar, hoy es una premonición acertada al cien por cien. Lo clavó.

Por su discreción, Raúl ha cedido en contadísimas ocasiones a los compromisos que se le han puesto delante. Apareció en un par de campus veraniegos de fútbol. Le hicieron socio de honor del Menorca Bàsquet y acudió a ver un partido. También realizó una visita sorpresa a los trabajadores del Ayuntamiento de Sant Lluís. El resto de sus apariciones públicas han respondido a quehaceres domésticos. Mucha playa, episodios de navegación, pizzas en el puerto de Maó y compras por el centro de distintas poblaciones, desde Maó hasta Ciutadella.

No han faltado, como no podía ser de otra manera, los comentarios de cola de supermercado sobre sus andanzas y el lujo de sus propiedades (hubo un rumor sobre un número descabellado de lavabos en su primera propiedad) o las visitas que ha ido recibiendo (Roberto Carlos, Morientes...).

La última imagen de Raúl en Menorca, signo evidente del lento declive de su carrera como futbolista en activo, fue su presencia en el Aeroclub para ver un partido del Mundial de Sudáfrica. Claro está. Estaba aquí porque no estaba en el país de Nelson Mandela. La Selección ha sido quizá la espina clavada de su trayectoria. No logró títulos con "la roja", y su marcha dio paso a los tiempos gloriosos en los que su amigo Casillas levanta copas ante el furor de todo un país.

Raúl es un veraneante ideal. Cortés, sin estridencias, constante, con capacidad de gasto. Además ha ejercido de elemento promocional para captar otros turistas. El lunes lo dejó claro en su rueda de prensa de despedida, que ha dado la vuelta al planeta, como ya lo había dejado claro al prestarse a ser la imagen de Menorca en la feria FITUR en 2006. Era una oportunidad que no se podía desperdiciar en un ámbito tan mediático como es la publicidad turística.

Raúl deja el Madrid pero no Menorca. Sólo que quizá ahora se contabilice como turista alemán o inglés. Depende del aeropuerto en el que coja el vuelo hacia la que ya es su casa, al menos durante un mes al año.