Antonio Sintes, fallecido recientemente, durante la entrevista concedida hace dos años. - I.R.A.

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Antonio Sintes Sintes ha completado la travesía. El anciano capitán falleció en Barcelona el pasado día 28 de enero a la edad de 95 años. Esta semana ha recibido sepultura en su pueblo natal de Sant Lluís. Con él se extingue el último exponente de una saga familiar que en tan sólo dos generaciones reunió un póquer de capitanes de la marina mercante: su tío, Joan Sintes Portella, uno de los últimos capitanes de barcos a vela; su primo, Joan Sintes Adrover, y su hermano Joan, que fuera además de capitán el práctico del puerto de Maó. Antonio Sintes fue en su día el más joven conductor de los buques de Trasmediterránea, compañía a la que ya siempre estaría vinculado hasta el momento de su jubilación.

Por encima de sus servicios en líneas regulares, de su trayectoria destaca la participación en la evacuación final de la isla Fernando Poo meses después de la proclamación de la independencia (12 de octubre de 1968) y coincidiendo con las protestas y sentimiento anti-español que provocó un fallido golpe de Estado contra la dictadura de Macías. Allí, en una bahía de desconcierto, el "Ernesto Anastasio", con el capitán Sintes en el puente de mando, fue el último buque del grupo de apoyo a la flota militar que zarpó de la excolonia africana.

Desde su madurez profesional, Sintes tuvo siempre un propósito que llevar a puerto. Para rendir homenaje a sus ascendentes y seguir una estela de una filantropía de escala humana, pretendió en su vida reunir un capital para crear una fundación benéfica.

Ofrecemos hoy en su memoria y como reconocimiento a su ejemplar legado de mecenazgo que instituyó a través de la Fundación Sintes-Grollero, una entrevista inédita y lamentablemente póstuma realizada en los últimos tiempos de su larga vida, en Barcelona, en un otero del barrio de Lesseps con vistas al horizonte mediterráneo.

El capitán contaba entonces con 93 años de edad y se hallaba en un delicado estado de salud desde el que, sin embargo, con buen humor y paciencia supo abordar los recuerdos esenciales de su trayectoria. En otros momentos, y ése es el motivo por el que no se publicó la entrevista, su memoria nonagenaria quedaba un poco a la deriva, zarandeada por las ventoleras del olvido. Sin embargo, el espléndido perfil biográfico, que un día escribiera en las páginas de este diario Adolfo Sintes, igual que guiaron entonces la entrevista, ayudarán ahora a conducir el relato de su derrotero hasta un refugio plácido y mediterráneo, del que salió con 17 años y al que siempre siguió y seguirá vinculado.

En su familia ha habido gente de mar. ¿También su padre lo fue?

No, él era secretario del Ayuntamiento de Sant Lluís, escribiente le llamaban entonces. Pero era un gran aficionado a la mar, que dedicaba muchas horas a la pesca y el sí estuvo influido porque su hermano mayor fue marino, capitán de un barco de vela. Así que tuve un tío, hermano mayor de mi padre, que fue Juan Sintes Portella, que hacían la travesía del Atlántico, para lo cual necesitaban muchos días. Murió en el año de la gripe (1918).

¿Es posible que tener un pariente tan embarcado en la marinería le inspirara a usted el rumbo profesional?

Es posible. Pero yo creo que debió inspirar a mi padre para que también alguno de sus hijos siguiera esa estela profesional.

¿Qué posición ocupaba usted en su familia?

Era el pequeño y tenía un hermano, Joan, que también fue capitán, y una hermana, María.

Sorprende que los dos hermanos pudieran salir a estudiar y optaran por la misma profesión…

Mi padre era una persona que se había sacrificado mucho en la vida para dar una carrera a sus hijos y esto hizo que los dos tuviéramos un acicate y correspondiéramos a sus deseos aplicándonos en los estudios. A él le hacía ilusión tener una descendencia de marinos, en recuerdo de su hermano que falleció muy joven.

¿Recuerda cuándo fue a estudiar?

Tenía 17 años cuando empecé a estudiar la carrera de marino en Barcelona (corría el año 1932). Entonces era diferente. Antes teníamos que estudiar la cuestión teórica y después teníamos que hacer nada menos que 600 días de navegación en barcos para adquirir práctica. Embarqué, primero, como alumno de Náutica en un buque que ya no existe, el "Legazpi", que hacía rutas esporádicas.

Y de la primera travesía, ¿guarda recuerdos?

Fue un viaje muy largo.

¿Primeros mareos?

Pues no, tuve la suerte de que no me mareaba nunca.

Pero habrá conocido grandes temporales…

Eso sí, uno de los peores, siendo yo ya capitán, en la travesía de Cádiz a Barcelona. Un viaje muy malo, que duró un día más de lo previsto porque no había manera de atravesar el Estrecho. Era tan grande el vendaval que impedía al barco seguir la ruta. El viento gobernaba. Es el peor temporal que he conocido.

¿Pasó miedo?

No, eso no. Creo que tenía cierto control de mí mismo porque ya de pequeño era más marino que otra cosa. Lo tomaba un poco a la ligera.

Eso es temple. ¿Y cómo vivió el temporal de la Guerra Civil?

A mí me pilló haciendo el servicio militar. Estaba como marinero. Estuve tres años ejerciendo la marina de guerra como simple marinero. Y se dio la circunstancia de que al tener yo el título de capitán de la marina mercante, como en aquella época si se me permite decirlo no había jefes-capitanes, ya que por la razón que fuera desaparecieron y otros no se presentaron. Así que todos los que ejercíamos la marina de guerra éramos simples marineros y yo, casualmente, fui el único oficial que tenía el título. La consecuencia fue que durante la guerra hubo muchas bajas y quedamos pocos marineros con título que ejercíamos un grado superior al que nos correspondía porque no había gente preparada.

Durante la contienda, los barcos de la compañía Trasmediterránea se alinearon con uno y otro bando. ¿Usted tuvo que optar?

Yo era un simple marinero, aunque con título. No tomaba más decisiones que cuando estaba al mando de un barco.

¿Cuál fue la travesía más larga de su carrera profesional?

A la isla de Annobón, en Guinea. Iba allí cada seis meses.

¿Y cuál era el cometido del viaje?

Había pasaje. Era una ruta regular. También era una ruta comercial, porque en Fernando Poo había mucho cacao y café y este café, entre varios… bueno, esto no se puede decir...

A su edad se puede decir todo… ¿Contrabando?

No, no contrabando. Lo único que hacían es que… el café y el cacao eran los productos más corrientes en Fernando Poo y Guinea Ecuatorial y estos productos eran de siete u ocho…

¿…hacendados, terratenientes?

Eso, que, claro, daban trabajo a los demás. Se repartían un poco el trabajo, bueno, era una situación un poco irregular.

¿Había esclavos?

No, en realidad, no. Lo que sí había era una pre-selección de personas que tenían el mando de todo. Estaba todo muy intervenido.

¿Era buena la flota mercante?

Eran barcos antiguos.

¿Peores que los de otros países vecinos?

Estábamos atrasados.

Usted participó en la última evacuación de Guinea…

Pilotaba el último barco que salió de allí, con todos los colonos que quedaban y la carga de cacao y café que todavía no se habían repartido los hacendados.

Vivió un momento histórico

Sí, pero no puede uno recordar muchas cosas de aquella época, porque los acontecimientos se acumulaban uno sobre otro.

¿Las gentes que vivían en Guinea eran militares?

Más que militares, lo que había eran… finqueros, les llamaban. Poseían fincas y explotaban las plantaciones de cacao.

¿Qué pasó cuando hubo que abandonar las tierras?

¿Cuándo se abandonaron las colonias? Las colonias se abandonaron en 24 horas.

¡Precipitado! Y usted, casualmente estaba por allí…

¡Yo estaba allí en medio de aquel fandango!
¡Por ahí asoman los genes!
¡El fandango aquel!

Así que fue el capitán para los "últimos de Guinea". ¿Eran muchos los colonos a evacuar?

A lo mejor doy una cifra y me equivoco mucho, porque era difícil contar aquello, pero probablemente fueran unos 300 o 400.

¿Estaba moralmente obligado a aceptarlos a todos en su desbandada? ¿Cabían en el barco?

Yo no tenía autoridad sobre la forma en que se comportaba la gente. Yo sólo obedecía.

¿A quién?

A los últimos mandos que estaban en la isla, a veces de un color y a veces de otro. Recibía, por ejemplo, una orden de un mando general y al día siguiente llegaba la contraorden del mismo mando. Un desorden, aquello.

¿Había menorquines en la evacuación de Guinea?

No muchos, pero alguno sí.

Eso fueron las últimas horas del territorio como colonia, pero antes ¿en qué medida había conocido la isla, cómo era?

Pues antes de la independencia, quien más quien menos estaba conforme y aceptaba la situación. Aunque uno no podía nunca hacerse a la idea de cómo funcionaba aquello: yo recibía órdenes de Capitanía General y recibía órdenes de gente que se había apoderado del mando.

Había que capear el temporal

Eso, y era un temporal distinto a los que yo conocía.

¿Disfrutó de su profesión?

Ah, sí, sí. Yo era marino nato. En la profesión no me equivoqué. La ejercía con interés y con ilusión.

¿Siempre Trasmediterránea?

Siempre, desde que empecé en prácticas, con 17 años, hasta que me jubilé a los 65, siempre estuve en la compañía.

Pues ahora se llama Acciona

Acciona, sí. Han cambiado las cosas. Antes el capitán tenía más estatus, tenía una mesa reservada para él y era respetado…

¿Alguna vez tuvo motín a bordo o manejaba por igual el barco por dentro que por fuera?

No sé si por mí mismo o por las circunstancias, pero siempre tuve cierta ascendencia favorable. Nunca me enfrenté a problemas graves sino a los propios de los cambios de mando, y aun éstos me respetaban mucho. Quizás fuera porque yo era el único capitán con título que ejercía, porque muchos capitanes ejercían con subtítulos.

Cubrió también las líneas de Balears, ¿fue una elección suya?

No, la compañía estaba montada de tal forma que los que mandaban eran los dueños, pero aun así se respetaban los estudios, las inherencias…

Como turista, ¿viajó en barco?

No, sólo en mis trayectos a Menorca, como pasajero. Y estoy contento de haber cogido el barco y haber encontrado marineros que me recordaban con afecto.

¿Sus tripulaciones eran de gallegos y vascos?

Sí, sí, también algunos castellanos… viví un conglomerado de situaciones muy embrolladas que es difícil diferenciar una de otra.

Cuando se jubiló, ¿le supo mal?

En pleno estado de salud, tenía tanta afición al mar, que me gustaba más seguir navegando que estar de vacaciones. Así que con la jubilación… habría seguido.

Así es difícil tener familia, ¿no es gran sacrificio?

Depende. En mi época había más personas con deseo de seguir navegando que de marcharse. No diría lo mismo ahora.

¿No tuvo hijos?

Tengo una hija de mi mujer, Mabel, que es monja carmelita.

Hábleme de la Fundación Sintes-Grollero que tanto le honra. ¿Por qué la instituyó?

A veces me emociono y todo. La Fundación la hice porque me dio la sensación de que yo era una persona a la que le gustaba apadrinar a gente necesitada. Me pasé muchos años trabajando para tener un día un pequeño capital y hacer una fundación para los marinos más necesitados y también a otros. Lo hice en recuerdo de mis abuelos. Uno de ellos fue el primer secretario del Ayuntamiento de Sant Lluís, Joan Sintes Pons, y por lo que yo pude saber fue una persona filántropa, que se preocupaba mucho de la gente de mar y de los estudios de sus conciudadanos. A mí me llenaba de satisfacción, dentro de mis límites, naturalmente –que yo no soy ningún Rotschild–, me llenaba mucho la idea de la Fundación.

¿Aprendió que en la formación tuvo la oportunidad de prosperar?

Con mucho sacrificio. Sí, porque yo estudié por libre, algo excepcional y más difícil. Y ya me propuse que esos estudios sirviesen para algo el día de mañana. Y siempre me entusiasmó la idea de ayudar a gente que de otra manera a lo mejor no podría seguir estudios.

El capitán tenía rumbo y su proyecto navega.