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Hija del conocido guarda del Lazareto, Policarpo Sintes, Esther Sintes Llopis (Maó, 1969) vivió durante nueve años en el islote de la rada mahonesa. Curiosamente, la menorquina reside a día de hoy en una isla ubicada en un canal de Rotterdam, donde se trasladó hace ahora nueve años.

Con el objetivo de estudiar Enfermería, Sintes dejó Menorca y se instaló en Holanda en 1996. Su primer destino fue La Haya, donde trabajó como cocinera en un restaurante español mientras se formaba. Una vez consiguió el título, una enfermedad truncó su sueño y la obligó a dejar de trabajar. Sin embargo, la menorquina ha salido adelante y, después de casarse, se instaló en Rotterdam, donde vive todavía junto a su marido y sus dos hijas.

Gran parte de su infancia y juventud transcurrió en el Lazareto...
Sí. Cuando yo era pequeña mi familia vivía en Es Castell, donde mi padre, Policarpo Sintes, trabajaba como camarero. Posteriormente le ofrecieron la oportunidad de ser el guarda del Lazareto. Creo que mis padres no se lo pensaron mucho, allí teníamos alojamiento gratuito y toda la familia nos trasladamos a vivir al islote. Recuerdo que mi padre cobraba 16.000 pesetas y con aquello teníamos para todo el mes.

Debió ser bonito crecer en un lugar tan especial...
Yo tenía nueve años cuando nos instalamos allí y la verdad es que en aquel momento lo viví como un infierno. Ahora, con el tiempo, pienso que fue la mejor época de mi vida. Hoy día volvería al Lazareto y no saldría de allí. ¡Qué tranquilidad!

¿Salían a menudo del islote?
Sólo para ir al colegio, a comprar o a visitar a la familia. También para ir a la iglesia. Yo iba al CP Àngel Ruiz i Pablo de Es Castell y, al trasladarnos al Lazareto, los niños se empezaron a meter con nosotros. Nos decían que teníamos la peste y, curiosamente, ningún enfermo de los que estuvo en el Lazareto tuvo nunca esta dolencia. No podía concentrarme ni estudiar y, finalmente, dejé los estudios en 7º de EGB.

¿Se puso a trabajar?
Sí. Al cumplir la mayoría de edad empecé como camarera en el bar Miramar de Cales Fonts, lo que me permitía ayudar económicamente a la familia. Por entonces dejé el Lazareto y me fui a vivir sola a Es Castell. Fue precisamente trabajando donde conocí a una familia holandesa que venía a Menorca todos los años. Nos hicimos buenos amigos y un día les conté que, desde pequeñita, siempre había querido ser enfermera, aunque no podía estudiar fuera de la Isla porque mi familia no se lo podía permitir.

¿La ayudaron?
Sí. Se informaron y, al volver al año siguiente, me ofrecieron irme a Holanda con ellos. Me dijeron que me acogerían todo el tiempo que fuera necesario mientras yo me instalaba y aprovechaba para estudiar. La verdad es que como aquella gente ya se encuentran muy pocos en este mundo.

¿No dudó a la hora de hacer las maletas y marcharse?
Me dolió mucho despedirme de mi familia. Me iba muy lejos, pero por fin podría hacer realidad mi sueño. Mi ilusión era poder cuidar de ancianos. Recuerdo que de niña iba a dormir los fines de semana con mis abuelos paternos en Maó y mi abuela no se dormía sin que yo le diera su masaje. Tenía cinco años y me encantaba ayudarlos en todo. Creo que de allí viene mi vocación por cuidar a personas mayores.

¿Cuándo llegó a Holanda?
Llegué a La Haya el día 18 de octubre de 1996 a las 3 de la madrugada. Había hecho el trayecto en barco desde Menorca a Barcelona y después cogí un autobús hasta allí. Llegamos con dos horas de antelación y lo que más recuerdo es el frío que hacía. La estación estaba deshabitada y tuve que esperar hasta que llegaran a buscarme. Salí un momento al exterior y creía que me había equivocado de país. Lo único que veía eran bicicletas, miles de bicicletas. ¡Pensé que estaba en China! Ahora ya se que en Holanda es muy común utilizar la bicicleta como medio de transporte pues te ahorras mucho dinero. Lo primero que aprenden los niños es a ir en bicicleta y también es obligatorio aprender a nadar a partir de los cinco años. El país está construido sobre el mar y, si algún día hay alguna inundación, solo se salvarían los que sepan nadar.

¿Fue a vivir con los holandeses que había conocido en Menorca?
Sí. En un primer momento me instalé en La Haya con ellos. Cuando encontré trabajo me fui a vivir a un estudio que estaba lleno de ratones. Después me instalé en una ciudad llamada Leidschendam, a tan sólo 10 minutos de La Haya.

¿Tuvo problemas con el idioma?
Cuando llegué lo pasé muy mal por culpa del idioma. El holandés me sonaba a chino. Yo solo sabía hablar inglés y la verdad es que se me daba muy bien. Mucha gente me preguntaba de qué zona de Inglaterra era y cuando les explicaba que era española no se lo creían. Pocas semanas después de instalarme empecé a asistir a clases de holandés, que eran obligatorias para todos los inmigrantes. Cuatro meses después ya dominaba lo esencial y, poco a poco, fui perfeccionando el idioma. Me hice amiga de la profesora, Lydia, y la ayudaba con los alumnos nuevos. Cuando el idioma empezó a ser fácil para mi, aburrí el colegio y me recomendaron una agencia de trabajo llamada Start. Mientras estudiaba enfermería encontré un trabajo como cocinera en un restaurante español.

¡Qué casualidad!
Sí. El restaurante se llamaba El Racó. Mi jefe, Xiscu, era del Pirineo catalán y, desgraciadamente, murió el año pasado. Juntos sacamos el local adelante. Recuerdo que los fines de semana teníamos música en directo y cuando los clientes ya estaban tomando el postre salía con las camareras a bailar "La Macarena". !Siempre estaba lleno!

Debió resultar duro compaginar trabajo y estudios...
Sí. Me levantaba a las 4 de la madrugada, empezaba las clases a las 6.30 horas. Terminaba a las 14 horas y me iba al restaurante, donde nunca sabía a qué hora iba a acabar. Había noches en que dormía solo tres horas. Estuve en el restaurante cinco años y, justo después de sacarme el título de enfermera, caí enferma.

¿Qué le pasó?
Tenía muchos dolores de barriga y, a pesar de que me hicieron muchas pruebas, no sabían qué me ocurría. Decidí tomármelo con más calma y empecé a cuidar a personas mayores.

Alcanzó su sueño....
Sí. Fue una época maravillosa y aprendí mucho de los ancianos a los que cuidé. Si no pronunciaba bien alguna palabra en holandés me corregían y me alegraba mucho que lo hicieran. Con las últimas clientas con las que trabajé eran dos ancianitas de 90 y 92 años. Habían estado toda la vida juntas y las llegué a querer muchísimo. Las trataba como si fueran mis abuelas e incluso las invité a mi boda. La pena es que una de ellas murió tan solo una semana antes de casarme. Finalmente, la otra vino y, después, las dos juntas, llevamos mi ramo de novia a la tumba de su amiga.

Finalmente descubrieron la causa de tantos dolores...
Sí. Estaba embarazada de cuatro meses cuando me hicieron un escáner y descubrieron que tenía la enfermedad de Chron, una enfermedad crónica intestinal. Pocas semanas después me operaron a vida o muerte con el bebé en mis entrañas. Tanto mi hija María José como yo lo pasamos muy mal, pero salimos adelante. Después de la intervención comencé a sentirme un poco mejor y volví a cuidar a las ancianitas.

¿Cómo conoció a su marido?
A través de internet. Cuando caí enferma me puse a estudiar informática. Un día de aquellos en que estaba cansada de todo, con muchos dolores y una niña de tres años, entré en una de esas páginas de contactos entre chicos y chicas por curiosidad. Pasaba las páginas tan rápido que no me daba tiempo ni de leer pero, de repente, me llamó la atención una palabra: español. Volví atrás. Era un hombre hijo de madre holandesa y padre sevillano y le gustaba mucho la comida y la música española. Nos pusimos en contacto y quedamos en vernos tres días después.

Me imagino que conectaron...
Sí. José vivía en Rotterdam y vino a La Haya. Comimos unas tapas y hablamos mucho. A partir de aquel día ya no nos separamos nunca más. De todos modos, hay que tener cuidado con internet porque no todo el mundo tiene la misma suerte que he tenido yo.

¿Fue entonces cuando se trasladó a Rotterdam?
Sí. Nos fuimos a vivir juntos. José vive en Rotterdam desde que nació. Un día fui al médico porque tenía muchos dolores de espalda y pensé que eran cálculos renales. Mi sorpresa fue que al hacerme una ecografía descubrieron que estaba embarazada de doce semanas. En noviembre de 2003 nació Anna, el 11 de abril la bautizamos y el 25 de abril nos casábamos. Y así hasta hoy. La verdad es que quiero muchísimo a mi marido porque creo que pocos hombres aguantarían a una mujer tan enferma como yo. ¡Él siempre está al pie del cañón! De momento, ya me han operado ocho veces.

¿Ha notado alguna mejoría?
La enfermedad de Chron es crónica, no se sabe de donde viene y, por tanto, no tiene cura. Hay personas que la tienen y ni siquiera lo saben y hay otras, como yo, que lo pasan muy mal. Yo tengo la peor clase de Chron, tan avanzada que tomo morfina para calmar el dolor. Con solo 42 años llevo dentadura postiza, tengo muchas cicatrices en el estómago y me tuvieron que extirpar la vesícula. Sin embargo, me gusta vivir y sigo resistiendo.

No ha perdido tampoco las ganas de continuar aprendiendo...
No. Como consecuencia de mi enfermedad tuve que abandonar mi carrera de enfermera, aquella por la que tanto había luchado, pero ahora me he centrado en la fotografía. Hace unos años me compré una cámara buena para probar y, poco después, el párroco de nuestra parroquia, el padre Jhonny, me ofreció hacer las fotografías de las primeras comuniones y las confirmaciones. Desde entonces yo hago las fotos y mi marido se encarga del vídeo. La mitad de lo que ganamos lo donamos a la parroquia y el resto lo utilizamos para comprar material. Además estoy estudiando fotografía a distancia mientras me recupero de la última operación, que fue el pasado mes de febrero.

¿En qué zona de Rotterdam viven?
Rotterdam es famoso por sus puentes, sus canales y sus puertos. Los canales son tan grandes que pasan enormes buques de carga y trasatlánticos de todo el mundo. Justo en medio de uno de esos canales, el canal Maas, está la isla Noordereiland, que significa Isla del Norte. Allí vivimos nosotros.

De nuevo en una pequeña isla....
Sí. Lo primero que veo cuando me levanto son los barcos al pasar, lo mismo que veía cuando vivía en el Lazareto. ¡Casualidades de la vida! Eso ha vuelto a despertar recuerdos de mi niñez.

¿Añora Menorca?
La verdad es que me siento muy bien en Rotterdam, pero echo de menos la Isla: sus gentes, sus canciones y a mi familia, así como los quesos, las ensaimadas y la carnixua. Sin embargo, teniendo a mi familia aquí no cambiaría esta ciudad por nada del mundo, y mucho menos ahora con la crisis.

¿No hay crisis en Holanda?
Aquí el que es pobre es porque quiere. Si trabajas no te haces rico pero puedes vivir desahogadamente.

¿Está totalmente adaptada a la vida holandesa?
Aunque lo intentes, uno no termina de acostumbrarse nunca. Aquí la noche es un cementerio. A las 19 horas ya no hay casi nadie por la calle, al contrario que durante el día, cuando está lleno de gente corriendo de un lado a otro. El horario laboral comienza entre las 7 y las 8 de la mañana y hacia las 17 horas todo el mundo se retira para preparar la merienda, la cena, descansar y dormir otra vez. Además, después de tantos años aquí ya no me sorprende nada, este es un país donde todo está permitido. Durante mis primeros años me escandalizaba mucho pero ahora ya no le doy importancia.

¿Mantiene todavía alguna costumbre menorquina o española?
Sí. En mi casa vivimos en la medida de lo posible al estilo español. Aquí no falta una paella o un cocido de los buenos, las fiestas tradicionales o el "Deixem lo dol". A pesar de que en casa hablamos normalmente holandés, intento dirigirme a las niñas también en castellano y menorquín. La mayor ya sabe holandés, inglés, castellano y menorquín. Anna dice que éste último es muy difícil pero poco a poco va entendiendo. Yo le digo que si no aprende a hablar castellano o menorquín no podrá ir a casa de los abuelos de Menorca porque no la van a entender. Entonces se esfuerza y me habla un poco de todo, chapurreando.

¿Cómo es un día a día en su vida en Rotterdam?
Me levanto para ayudar a las niñas a preparase para ir al colegio, preparo la comida y hago la faena de la casa, estudio y veo la serie "Amar en tiempos revueltos" a través del canal internacional. ¡Eso sí que no me lo pierdo! Espero a mis hijas para comer y por la tarde, si me siento bien, salimos a pasear un rato.

¿Qué es lo que más le gusta de la ciudad?
El puerto, el mercado y las casas cúbicas. También me gusta ir al Euromast, desde donde se ve todo Rotterdam. Por el contrario, no me gusta el hecho de que haya tanta inmigración, aunque no quiero pecar de racista. La verdad es que se ven pocos holandeses y mucha gente procedente de todos los países del mundo. Hay calles que solo son turcas o marroquíes y no encuentras ninguna tienda holandesa.

¿Cómo definiría a los holandeses?
Son fríos, calculadores, caóticos y demasiado ordenados. ¡Para volverse loco!

¿Se plantea la posibilidad de volver a Menorca?
En principio no. Con el calor me pongo muy enferma. Cuando voy a la Isla de vacaciones me meto en casa y solo salgo al atardecer. Además, aunque sé que en España hay médicos buenísimos, como los que tengo en Rotterdam, en ninguna parte. En cuestión de sanidad, lo tengo todo cubierto y pago muy poco en medicinas. De momento venimos a Menorca una vez al año. Si yo no me encuentro bien, mando a las niñas cuando se puede. Este verano, por ejemplo, no podré ir porque mi corazoncito está delicado. Espero poder visitar Menorca el año próximo.

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