Emoción. El concierto de Pontes estuvo repleto de momentos memorables que abrazaron al público con el talento de la portuguesa - Javier

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Y Adelina Gómez cumplió su sueño de tener a Dulce Pontes en Menorca y con este deseo, regaló una noche mágica en el Principal a un público entregado que no dejó ninguna butaca libre y convirtió el teatro de ópera más antiguo de España, en un viaje musical por los puertos de abrigo de la cantante portuguesa. Una velada vibrante y cargada de emociones que ponía el broche final al Foro Menorca, cumpliendo la promesa que sus organizadores se habían propuesto: porqué ya nada será igual.

Dulce Pontes apareció cariñosa y elegante sobre el escenario para invitarnos a zarpar, en una primera estación musical tranquila con el piano y su voz como carta de presentación. Unas notas que ya sonaban a fado, una mirada melancólica hacia aquello que ya no volverá con "La Bohemia" en español de Charles Aznavour.

Bella y cruda metáfora de nuestro presente para empezar, que dio paso al conjunto musical que la arropaba con las guitarras portuguesas de Fernando Silva y Sergio Tannus, la mandolina rústica de Amadeu Maghaläes, la percusión de Joao Piris y el piano de Juan Carlos Cambas. Un concierto que presagiaba una noche memorable y alzarse con el título honorífico de lo mejor de este verano.

Energía y pura pasión
De la suavidad del arranque se pasó al frenesí y el baile cuando Pontes dejó el piano de lado y trasladó su fuerza a un público entregado, que la siguió a palmas y que intensificó su conexión a cada paso, a cada nota. Mezcla de ritmos y de culturas, de Brasil a Argentina, de Portugal a nuestro país, una cantante tan versátil como sus acompañantes, que transmitía no solo con su voz sino con su mirada, que narraba con sus gestos, con sus besos, con sus guiños hacia su familia que la seguía con mucha atención desde un proscenio y con la complicidad de sus fans.

Se disfrazó de payaso para trasladarnos al circo, consiguió recrear los sonidos de la selva para invocar la presencia del Indio Toba con sus músicos y versionó, al son de una gaita, el "Solo le pido a Dios" de León Gieco (algunos pensarán que la paternidad era de Víctor Manuel y Ana Belén). Incluso se puso a improvisar, como solo privilegian aquellos que hacen fácil lo difícil. Para muestra un botón cuando hilvanó un fado coral con el público, que no la sabía acompañar del todo.

Una Dulce Pontes atrevida y generosa que quiso compartir dúo con otras voces como su amiga italiana Patricia Franco, y que premeditó una sorpresa para conquistar, definitivamente, el corazón de los espectadores menorquines con un trío de su celebre "Canço do Mar", acompañada de la alaiorenca, Rita Barber y la amiga italiana. Pontes se vació por completo en el escenario y acabó su actuación bailando de manera casi endiablada, con todo el público en pie. Lloraba de emoción. No se le podía pedir mas.